A los mejores, a los más grandes, a los más ganadores, a los de mayor historia, París Saint Germain los demuele, los tritura, los pasa por encima. Le hizo cinco con baile a Inter en la final de la Champions. Y ahora, en otro baile, le hizo cuatro a Real Madrid en la semifinal del Mundial de Clubes. Cuatro que pudieron haber sido ocho o nueve si el formidable equipo francés hubiera sostenido el ritmo y la eficacia demoledores con los que encaró los treinta minutos iniciales jugados en Nueva Jersey, de nuevo con un calor agobiante que a la hora de comienzo, llegaba a los 34 grados.
PSG fue a ganar el Mundial. Y estará muy cerca de hacerlo si el domingo desde las 16 en el mismo estadio, repite o al menos se acerca ante Chelsea, al nivel de juego con el que redujo al Madrid a su expresión más insignificante. Será estricta justicia si alza la Copa. Ningún equipo combinó, ni siquiera se aproximó, a la belleza, la eficacia, la superioridad técnica, la riqueza táctica, el talento individual y la potencia colectiva que tuvo PSG desde el primer partido de este torneo, otro 4 a 0 al Atlético de Madrid.
Todo se resolvió en apenas veintitres minutos. Los primeros del primer tiempo. Como si ganar, golear y gustar fuera lo más sencillo del mundo. En ese lapso, Courtois sacó dos pelotas de gol. Pero sus defensores le jugaron en contra. A los cinco, Asencio hizo un control largo de la pelota dentro del área, Dembelé lo presionó y se la robó, Courtois fue abajo pero dio rebote y Fabian Ruiz, con un zurdazo esquinado abrió la cuenta. Y a los ocho, Rudiger se enredó queriendo dar un pase atrás, pifió la pelota, Dembelé volvió a presionar y de zurda colocó el 2 a 0. Dos goles y dos situaciones clarísimas de gol en solo ocho minutos. Pero la máquina no se detuvo ahí. Siguió en marcha.
Tocando, moviendo la pelota y las posiciones, con jugadores en diferentes alturas abriendo líneas de pase y transiciones velocisimas. Con los delanteros presionando y los laterales atacando. El orgulloso Real Madrid quería avanzar y no podía, quería manejar la pelota y la regalaba, quería marcar y llegaba tarde o perdía los mano a mano, quería habilitar a Mbappe y a Vinicius y no los encontraba. Cuando a los 23, Hakimi combinó con Dembelé y la cruzó al medio para que otra vez Fabian Ruiz pusiera el 3 a 0, la sombra de un goleada para todos los tiempos se recortó en el futuro del partido.
Pero no. Como lo hizo ante Inter Miami despues de haberlo aplastado por 4 a 0 en un rato, la orquesta de Luis Enrique paró de tocar. En el segundo tiempo, bajó el ritmo de su música arrolladora, toqueteó la pelota para ahorrar energías y le dio el dulce a un Madrid que atacó por inercia, sin claridad, casi de compromiso. Vencido de antemano si no fuera por el orgullo de Federico Valverde empujando desde atrás. Luis Enrique hasta se dio el gusto de reservar jugadores para la final (salieron Dembelé, Khavaratshkelia, Fabian, Doué y Nuno Mendes). En el Madrid, Modric tuvo los últimos veintiseis minutos de su histórico ciclo. Mereció irse de otro modo.
El gol de Gonçalo Ramos faltando tres minutos, luego de que Barcola la pisara en el área fue el cierre de un concierto de fútbol. Humillando al Real Madrid como pocas veces se ha visto, PSG llegó a la final del Mundial de Clubes. Es posible y deseable que la gane. Este equipo es un homenaje a la pelota. Merece seguir haciendo historia.
