En la Argentina, hablar de alfajores es hablar de tradición, rivalidad y pasión popular. Entre las marcas más emblemáticas aparecen Jorgito y Fantoche, dos gigantes nacidos como pymes familiares que, en los años 70, sellaron un acuerdo secreto que cambió para siempre el rumbo del mercado golosinero.
El “pacto alfajorero” —como lo apodaron en tono legendario— fue un arreglo de palabra entre José Fernández (Jorgito) y la familia Diegues (Fantoche). Sin contrato de por medio, solo un apretón de manos, decidieron dividirse el país y los productos para evitar competir entre sí. Jorgito concentró su presencia en Capital Federal y Gran Buenos Aires, mientras que Fantoche tomó el Litoral, Córdoba y la Patagonia. Además, Fantoche apostó de lleno al alfajor triple, un invento revolucionario en los 70, y dejó en manos de Jorgito la producción de los simples.
Este acuerdo tácito se mantuvo vigente por casi dos décadas y permitió que ambas empresas crecieran sin el peso de la competencia directa. No fue hasta 1996 que Jorgito se animó a lanzar su propio alfajor de tres capas, el “Jorgelín”.
Dos caminos distintos
Jorgito, fundada en 1960 en Boedo, llegó a producir más de 800.000 alfajores por día y diversificó su línea con bizcochitos, conitos y galletitas dulces. Incluso incursionó en el deporte como sponsor de clubes como Arsenal de Sarandí y Godoy Cruz.
Fantoche, por su parte, marcó un antes y un después con el registro de la marca “Alfajor Triple” en 1985, lo que le permitió frenar intentos de gigantes como Arcor de replicar el producto. Hoy fabrica alrededor de un millón de alfajores diarios y expandió su catálogo con galletitas y budines. En los últimos años apostó a licencias populares como Los Simpson, La Granja de Zenón y Plants vs Zombies, además de innovar con lanzamientos como el alfajor cuádruple en 2020.
En 2022, la empresa dio otro paso clave: comenzó a exportar alfajores a Estados Unidos, llevando un ícono argentino a nuevas fronteras.
Un legado cultural
El pacto entre Jorgito y Fantoche forma parte de la mitología empresaria argentina: dos familias que, en lugar de enfrentarse, decidieron repartirse el mercado con un acuerdo verbal que funcionó durante 20 años. Hoy ambas marcas siguen vivas en la memoria colectiva y en los kioscos, confirmando que el alfajor no es solo un producto, sino un símbolo de la identidad nacional.
Redacción: Diario Inclusión.