La industria láctea atraviesa su peor momento en años. Las cuatro empresas reúnen más de 2.200 trabajadores directos, muchos de ellos con salarios atrasados, suspendidos o sin tareas. El derrumbe no solo pone en jaque a las compañías, sino también a las economías regionales que dependen de ellas.
SanCor, otrora emblema cooperativo, continúa en concurso preventivo con una producción marginal de apenas 60.000 litros diarios. Su pasivo supera los 400 millones de dólares y las plantas están prácticamente inactivas. La expectativa de recuperación se diluye ante el avance del desguace de activos.
ARSA, controlada por Vicentin y gestionada por Maralac, cerró sus plantas en Arenaza y Monte Cristo. Acumula más de 540 cheques rechazados por $6.500 millones y enfrenta denuncias penales por presunta defraudación. La comunidad de Arenaza, con apenas 2.500 habitantes, vive una devastación económica.
Lácteos Verónica, con tres plantas en Santa Fe, solicitó un Procedimiento Preventivo de Crisis para despedir al 30% del personal y reducir salarios. El gremio ATILRA lo rechazó y la producción está casi paralizada. La empresa acumula 2.800 cheques rechazados por más de $9.500 millones.
La Suipachense, ubicada en Suipacha, quedó acéfala tras el retiro de Maralac. Los empleados sostienen la producción mínima, pero la planta ya no recibe leche. Con 595 cheques rechazados y riesgo de corte de servicios básicos, el cierre parece inminente. Más del 60% de las familias locales dependen de esta fábrica.
El derrumbe responde a una combinación letal: caída del consumo, costos en alza, tasas financieras prohibitivas y gestiones empresariales fallidas. Las segundas marcas ganan terreno, mientras las históricas se hunden. La macro recesiva y la pérdida del poder adquisitivo completan el cuadro.
El futuro de estas firmas está más cerca de la quiebra que de la reactivación. En el interior productivo, cada planta que se apaga deja tras de sí comercios vacíos, transportistas sin trabajo y comunidades enteras sumidas en la incertidumbre. La crisis láctea ya no es sectorial: es estructural.
Redacción Diario Inclusión