La marca Lucchetti, hoy una de las pastas más consumidas en la Argentina bajo la gestión de Molinos Río de la Plata, esconde detrás de su imagen simpática una trama de corrupción que sacudió a la región hace más de dos décadas. La historia comenzó en Chile a principios del siglo XX, pero alcanzó ribetes escandalosos cuando el grupo Luxich, dueño de la firma, decidió expandirse hacia otros países de Sudamérica.
En 1996 la compañía adquirió un terreno en Lima, Perú, para instalar una planta en el distrito de Chorrillos, lindero al área protegida Pantanos de Villa. Pese a la prohibición inicial de la municipalidad, en 1998 la Justicia autorizó su funcionamiento. Sin embargo, poco después se conoció que Lucchetti había pagado sobornos para obtener ese fallo favorable.
La confirmación llegó en 2001, cuando los llamados “Vladivideos” —grabaciones secretas del jefe de inteligencia peruano Vladimiro Montesinos— mostraron al entonces gerente de la empresa reunido con el poderoso funcionario. Montesinos admitió haber recibido dos millones de dólares de la compañía a cambio de influir en el juicio.
El caso derivó en la condena de Montesinos por tráfico de influencias, mientras que la planta fue clausurada en 2002. Los directivos del grupo Luxich evitaron sanciones al alegar persecución política y, años más tarde, intentaron sin éxito obtener una indemnización millonaria en el CIADI.
Pese a este oscuro antecedente, la marca continuó operando en otros países. En Argentina, donde desembarcó en 1993, fue adquirida en 2001 por Molinos Río de la Plata, del grupo Pérez Companc, y consolidó su presencia gracias a la exitosa campaña publicitaria de “Mamá Lucchetti”.
Hoy, mientras en el mercado local sigue siendo una de las pastas líderes, el recuerdo de su paso por Perú permanece como un símbolo de cómo las ambiciones empresariales pueden terminar entre la corrupción y los tribunales.
Redacción: Diario Inclusión.