La mortalidad cardiovascular en el país representa cerca del 30% de todos los decesos, un porcentaje que incluye no solo las muertes intrahospitalarias —alrededor del 8% según la Sociedad Argentina de Cardiología— sino también los casos fatales previos al ingreso y aquellos posteriores al alta médica.
Los especialistas advierten una tendencia creciente de infartos en pacientes jóvenes, impulsada por la elevada prevalencia de obesidad y diabetes, que están adelantando la edad de presentación de estos cuadros.
En hombres, la incidencia se dispara desde los 45 años, mientras que en mujeres el efecto protector de los estrógenos suele postergar los episodios hasta después de los 55, aunque tras la menopausia esa diferencia tiende a reducirse.
Entre los principales factores de riesgo se cuentan la hipertensión arterial, la dislipidemia, el tabaquismo y el sedentarismo, sumados a la predisposición genética y antecedentes familiares de enfermedad coronaria precoz.
El estrés crónico, los trastornos del sueño y el descanso insuficiente también favorecen la disfunción endotelial, el aumento de la presión arterial y los procesos inflamatorios que disparan el riesgo cardiovascular global.
Adoptar hábitos saludables puede reducir hasta un 80% de los eventos cardíacos. Abandonar el tabaco, limitar el consumo de alcohol y seguir una dieta rica en frutas, verduras y cereales integrales son pilares de la prevención.
La Organización Mundial del Corazón recomienda al menos 150 minutos semanales de actividad física aeróbica moderada, como caminar, nadar o andar en bicicleta, para controlar el peso, la presión arterial y mejorar el perfil de lípidos.
Los chequeos médicos periódicos son fundamentales para detectar factores de riesgo: presión arterial, glucemia y perfil lipídico en sangre, electrocardiograma, ecocardiograma y estudios vasculares permiten intervenir antes de que se desencadene un infarto.
Se sugiere una evaluación de riesgo cardiovascular anual para varones mayores de 40 años y mujeres a partir de los 50, con anticipación si existen antecedentes familiares de infarto o accidente cerebrovascular a edades tempranas.
Reconocer a tiempo los síntomas —opresión o dolor en el centro del pecho que puede irradiarse al brazo, cuello o mandíbula— y activar de inmediato el sistema de emergencias (911) es clave, ya que en estos casos el tiempo se traduce en músculo.
Fomentar la formación en reanimación cardiopulmonar (RCP) entre la población multiplica las chances de supervivencia al mantener la circulación y el suministro de oxígeno hasta que llegue la asistencia profesional.
Redacción Diario Inclusión 📝