Durante décadas, el vino en cartón fue sinónimo de desprecio social: “verreta”, “intomable”, un producto asociado a la marginalidad. Sin embargo, lejos de ser un nicho menor, el vino de mesa representa uno de los negocios más grandes del mercado vitivinícola argentino. Solo en 2020 se vendieron más de 340 millones de litros, más de un tercio del consumo total de vino en el país.
Mientras el discurso hegemónico celebra etiquetas premium y exportaciones de lujo, millones de argentinos acceden al vino únicamente a través del envase más barato. No por elección gourmet, sino por necesidad económica.
Un envase eficiente, un consumo forzado
El envase Tetra Brik —desarrollado para conservar líquidos sin luz ni oxígeno— demostró ser técnicamente eficaz. Pero su masificación en el vino no vino acompañada de una mejora en la calidad del producto ni en las condiciones del consumidor, sino de una segmentación social cada vez más marcada: vino caro para pocos, vino básico para muchos.
Las grandes empresas entendieron rápidamente que el negocio no estaba en dignificar el producto popular, sino en exprimir el volumen.
La concentración detrás del cartón
El mercado del vino de mesa está dominado por unos pocos jugadores:
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Fecovita, con más de 5.000 productores asociados, controla marcas como Toro, Resero y Sumuva.
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Grupo Peñaflor, dueño de Termidor, mientras maneja etiquetas premium y negocios internacionales.
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RPB (Baggio), que sumó vinos al imperio de jugos y bebidas.
Estas empresas no solo concentran producción y distribución, sino también el relato: campañas masivas, jingles pegadizos y una estrategia clara de consumo rápido y sin preguntas.
La Ferrari de Menem y el marketing del absurdo
En los años 90, una marca de vino en cartón llevó esta lógica al extremo: sorteó una Ferrari 348 TB, el mismo modelo que había pertenecido al entonces presidente Carlos Menem.
El mecanismo era simple: comprar un cartón, completar un cupón y participar. El resultado fue contundente: las ventas se multiplicaron por diez.
El mensaje fue claro y brutal: no importa el producto, importa el espectáculo. En un país empobrecido, la promesa de un auto de lujo funcionó como anzuelo perfecto para un consumo desesperado.
Una postal incómoda del país real
La imagen es tan impactante como reveladora: trabajadores, jubilados y sectores populares comprando vino en cartón con la ilusión de ganar una Ferrari, mientras la industria celebraba récords de ventas.
Lejos de ser una simple curiosidad del marketing, el episodio desnuda una verdad incómoda: en la Argentina, el consumo masivo muchas veces se sostiene sobre la frustración, el deseo imposible y la desigualdad estructural.
Más que vino, un síntoma
El vino en tetra no es solo una bebida. Es un síntoma. Habla de salarios que no alcanzan, de mercados concentrados y de estrategias comerciales que apelan al golpe de efecto antes que a la calidad o la responsabilidad social.
La Ferrari se fue. El cartón quedó. Y con él, una postal persistente de un país donde el lujo se usa como carnada y el consumo popular sigue siendo el último eslabón de una cadena que siempre beneficia a los mismos.
Redacción: Diario Inclusión.










