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«Musha» Carabajal: biografía del cantautor que ayudó a escribir la historia del folclore argentino

Dejó una huella profunda como impulsor de la enseñanza del folclore y defensor inalcanzable de la cultura. Su legado aún perdura en el ámbito.

Redacción by Redacción
6 mayo, 2025
in Cultura
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Con tan solo 14 años, «Musha» espera su turno para subir al escenario, ansioso por mostrar todo lo que aprendió entre patios de tierra y sobremesas llenas de guitarras. Todavía no lo sabe, pero esta decisión marcará su aporte al inicio del legado de uno de los grupos más icónicos del folclore argentino.

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Mario Rolando «Musha» Carabajal nació el 2 de junio en La Banda, Santiago del Estero, y desde el primer momento su historia no fue una más, porque crecer en el seno de los Carabajal no era solo formar parte de una familia, era formar parte de una tradición que venía sonando desde hacía generaciones. Por sus venas ya corría el sonido del bombo, de la guitarra y del canto ancestral. Su padre, Enrique Carabajal, un músico de tangos que tocaba el contrabajo y la percusión, fue quien lo inició en la música. Y en esas reuniones familiares en patios de tierra, donde el asado se cruzaba con el violín y el mate con las chacareras, Musha absorbía el arte como se absorbe la vida, mirando, escuchando y sintiendo.

A los 14 años acontecería uno de los sucesos más importantes en su vida, ya que en 1968 se sumó a «Los Carabajal», el grupo mítico fundado por su tío Agustín Carabajal, reemplazando nada menos que a Carlos Carabajal. Casi sin darse cuenta, se metió en un torbellino que lo marcaría para siempre. Y a pesar de su corta edad, no titubeó, ya había crecido con el canto mismo, pues su tío Agustín, quien también lo preparó profesionalmente, aprendió cómo armonizar voces, a amalgamar una armonía con el alma, y con el tiempo su presencia, su voz y su guitarra se volverían sellos propios en la identidad del conjunto.

En aquellos años, como tantos otros músicos del interior, probaron suerte en Buenos Aires, soñaban con conquistar la ciudad, pero no era fácil, la gran ciudad no espera a nadie, y si no sabes adaptarte, te devuelve. Durante los 70s, Musha tuvo que alejarse del grupo y volver a Santiago del Estero a cumplir con el servicio militar obligatorio. Sin embargo, estando en Santiago, su inquietud con la música lo llevó a formar el trío «Los Quimza», junto a Guillermo Ocón y Alfredo «Alito» Toledo, un grupo muy aceptado por el público y con el que logró grabar un disco, pero la tragedia golpeó fuerte. Un accidente en la ruta se llevó la vida de su compañero Guillermo Ocón. Musha y «Alito» Toledo sobrevivieron. Al poco tiempo y tras recuperarse, Musha se reincorporó de nuevo a Los Carabajal.

Ese regreso no fue uno más, juntos grabaron un disco que marcarían un antes y un después en la historia del conjunto:»Como pájaros en el aire», con un repertorio que incluía canciones emblemáticas como «Entra a mi pago sin golpear», «Perfume de Carnaval»,»Digo La Mazamorra» o «Como Pájaros en el Aire», canción homónima que da nombre al disco. Era el folclore hecho poesía y un cambio en la estética del grupo. Musha estaba ahí, sosteniendo el alma del grupo con su entrega total.

En las décadas del 80 y 90 vivieron una etapa brillante. Dejaron clásicos como «No Despiertes Aún», «Penas y Alegrías del Amor», «Boquita de Luna», «Santiaguiñeses de Ayer», «Embrujo de Mi Tierra» y para 1995 ya no eran promesa, eran historia. El festival de Cosquin los recibió como leyendas y ellos respondieron con canciones que conmovían al público.

Uno de los recuerdos más significativos que Musha guardaba era sobre la estación de Retiro en la ciudad de Buenos Aires, el Andén 8, homenajeado en la canción con el mismo nombre. Este fue el verdadero punto de partida, no solo para él, sino para miles de santiagueños que llegaban con su valija llena de sueños. Porque en esos viajes, entre mate y canciones, nacía el folclore, pero también nacía el desarraigo, el contraste entre el monte y el cemento. La capital no era fácil, y si no te aferrabas a tu raíz, se te volvía ajena. Eso lo entendía Musha, y por eso nunca soltó la bandera de su Santiago.

Musha no solo cantaba, también componía, y cuando lo hacía buscaba transmitir paisajes, recuerdos, sentimientos. Obras como «Mirando Arder Leña», «Corazón Hecho Mujer» o «Aves Sin Dueño» llevan su sello.

Hay una historia que sería muy significativa para Musha. Fue un 2 de junio, día de su cumpleaños, su amigo el gran Sixto Palavecino apareció en su casa con un regalo muy especial. Tres hojas escritas a mano, con
letras que todavía no tenían melodía. Musha leyó las hojas, y una de esas letras tenía una estrofa que le llamó la atención, decía «Mi Voluntad». No era una letra cualquiera, sintió que esa responsabilidad podría habersela dado a otro, pero el Sixto lo eligió a él.

Esa noche a las 4 de la mañana, cuando todos dormían y la casa estaba en silencio, se sentó con su guitarra, y la melodía nació sola, como si don Sixto, sin saberlo, le hubiera anticipado su despedida. A la hora de componer, Musha no buscaba fórmulas, se dejaba llevar por lo que le tocaba el alma. A veces eran vivencias de su juventud, otras veces eran postales de su tierra, porque para él, componer también era una forma de mostrarle al mundo lo que es Santiago del Estero, una provincia llena de carencias, sí, pero también de cultura, de historia, de raíces. Para Musya, Santiago era más que el lugar donde nació, era el corazón de la identidad, madre de ciudades, un rincón del país donde la cultura no se impone, se respira.

Pasaron las décadas, cambiaron los tiempos, las modas, las formaciones del conjunto, pero Musha seguía ahí, firme, sólido, inconfundible. Junto a su hermano Kali, fue uno de los pilares que sostuvo a los Carbajal, incluso cuando todo alrededor parecía transformarse.

En 2007 celebraron 40 años de historia con un concierto inolvidable en el Teatro Ópera, mas que un show era la confirmación de una vida entera dedicada al folclore. Para Musha el éxito nunca fue un número, un ranking o una ovación, el éxito era otra cosa, era una sensación interna, silenciosa, íntima. Siempre recordaba una frase de Atahualpa Yupanqui que hizo suya: «no es lo mismo deslumbrar que alumbrar», porque mientras muchos buscan brillar, él buscaba iluminar, sentía que si lograba encender algo en el otro, aunque fuera chiquito, ya estaba cumpliendo su misión.

Por eso nunca se vio como una estrella, sino como un trabajador de la cultura, y eso, más que cualquier premio, lo hacía sentir orgulloso. Musha era claro cuando hablaba del presente musical, reconoció que la música urbana tenía un lugar importante en la escena, pero también insistía en que el folclore seguía vivo, que en el norte argentino, las peñas no habían muerto, que la juventud seguía cantando chacareras y zambas con pasión. Lo que pensaba, lo decía sin filtro, pensaba que a los productores no les importaba el mensaje, solo les importaba generar dinero, y por eso hasta su último día levantó la bandera del folclore como un acto de resistencia, porque un país sin cultura, decía, pierde su identidad.

Fueron un sinfín de éxitos que cantaron con el conjunto. Los Carbajal marcaron una época, supieron modernizar el repertorio sin traicionar el espíritu, manteniendo ese equilibrio justo entre lo nuevo y lo eterno, y Musha con su carisma, su ritmo y esa forma tan suya de estar en escena y conectar con el público, fue parte esencial de esa alquimia. Pasó por los festivales más importantes del país, Cosquín, Varadero, Jesús María, pero también llevó el folclore argentino al mundo, subiendo a escenarios en América Latina y Europa.

Lo curioso es que a pesar de su trayectoria, su humildad nunca cambió. Era habitual verlo compartir con artistas nuevos, darle un consejo, abrirles una puerta. Sabía que el folclore se obtenía en el tiempo cuando se compartía, no cuando se guardaba. La obra de Musha y de los Carabajal fue clave para que la chacarera dejara de ser solo una danza del monte y se convirtiera en un símbolo cultural. Desde los patios de la banda hasta los teatros más grandes del país, la chacarera, con su fuerza, su ritmo y su raíz, logró trascender generaciones, y él formó parte de esa trascendencia.

En 2019, Musha dejó en claro que su compromiso con el folclore no terminaba en el escenario. Ese año, su participación fue clave para que se aprobara la Ley 27.535, que establece la enseñanza obligatoria del folclore en las escuelas. Fue convocado por el periodista César Tapia, quien junto a la senadora Magdalena Odarda, presentó el proyecto. La propuesta estuvo a punto de quedar en el olvido, pero gracias al empuje y al apoyo de tantos que creían en lo mismo, lograron convencer a senadores y diputados. La sesión duró apenas cinco minutos. No hubo objeciones. No había intereses económicos ni políticos en juego. Solo uno, el cultural. A partir de ahí vino lo más importante, formar a los docentes, porque enseñar folclore no es solo enseñar música, es enseñar identidad.

Musha estaba feliz, sentía que con esta ley las nuevas generaciones no solo iban a conocer nuestra raíz, sino que
iban a entender por qué esa música tiene tanto que decir. Y no fue su único aporte. También tuvo un rol social enorme en su Santiago del Estero natal. Fue impulsor de talleres, peñas comunitarias, espacios culturales para la juventud. Porque él creía firmemente en que la música era una herramienta para transformar realidades, para unir a las personas, para sembrar esperanza donde parecía que no había nada.

Ya en 2025, su legado recibió un nuevo reconocimiento. Un anfiteatro de Escobar fue inaugurado con su nombre. Él lo tomó con humildad, pero también con orgullo, porque sabía que esos espacios son trincheras culturales, lugares donde se defiende lo que somos. Siempre hablaba de la familia y la tradición como pilares de su vida. Reconocía la influencia de sus compañeros de grupo, porque él sabía que sin ellos su historia no sería la misma.

Pero desde 2024, su cuerpo empezó a mandarle señales. Problemas de salud le obligaron a posponer compromisos. Y en este año, tras varias semanas inactivo, alejado de los escenarios y en recuperación de su salud, el primero de abril, en una conferencia de prensa, se anunció oficialmente que Musha ya no formaría parte de los Carabajal, que sería desvinculado, por dicha razón su lugar sería ocupado por Julio Carabajal, hijo de su
hermano Kali.

Fue una decisión dura, pero necesaria según el comunicado del conjunto. El propio Musha lo aceptó con tristeza, pero con madurez, sabiendo que el grupo debía seguir y que muchas personas dependían de ese proyecto. Más allá de lo artístico, Musha también era el motor administrativo del grupo. Detrás de cada contrato, cada gira, cada presentación, estaba su mano. Era el que organizaba, el que coordinaba, el que pensaba en todo. Reemplazarlo sería una tarea muy difícil. Sin embargo, el domingo 13 de abril, llegó la noticia que nadie quería escuchar.

Mario Musha Carabajal falleció a los 72 años tras luchar en silencio con una enfermedad que su familia prefirió mantener en privado. Su partida dejó un vacío inmenso, no sólo en el folclore, sino en la cultura argentina. El mundo de la música lo despidió con amor. Las redes se llenaron de anécdotas, fotos, cariños y respeto hacia su persona.

La municipalidad de La Banda decretó tres días de duelo. La familia Carabajal y seres queridos lo despidieron como él vivió, cantando. Y se propuso que el centro cultural del barrio
Mishki Mayu lleve su nombre, porque Musha no fue sólo un músico, fue un faro, uno que no buscó delumbrar, sino alumbrar.

Dejó una huella profunda como impulsor de la enseñanza del folclore y defensor inalcanzable de la cultura. Su legado vive en cada joven que aprende una chacarera, en cada escenario, en cada fogón, en cada juntada. Porque Musha no sólo fue parte de la historia del folclore argentino, él ayudó a escribirla.

Tags: folclore argentinolegadoMusha Carabajal
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