El ministro de Economía, Luis Caputo, celebró la proyección de un superávit de USD 46.000 millones en energía y minería a 2033, consolidando estos sectores como motores claves de ingreso de divisas. Sin embargo, el salto productivo fue posible gracias a políticas previas, especialmente las inversiones realizadas en Vaca Muerta por gobiernos anteriores, que apostaron a una transformación estructural en materia energética.
Durante años, Argentina sufrió déficit energético crónico, con importaciones millonarias de gas y combustibles. Hoy, tras esa apuesta estratégica, el país registra el mayor superávit en 35 años, con USD 3.761 millones positivos en el primer semestre de 2025, reflejo del crecimiento en exportaciones y caída en importaciones.
En mayo, Vaca Muerta alcanzó un récord con 448.000 barriles diarios, mientras que la producción de gas superó máximos históricos. Pero la discusión no debe quedar solo en cifras, advierten expertos: ¿Es conveniente exportar toda la energía generada, o se debe direccionar parte de ella al desarrollo industrial nacional?
El uso intensivo de energía es la base del modelo productivo moderno. Destinarla a la industria nacional permitiría bajar el “costo de los costos”, impulsar la competitividad, generar empleos locales y sostener exportaciones con valor agregado —como hacen las potencias serias—, en lugar de limitarse al extractivismo sin desarrollo interno.
Además del petróleo y gas, el auge del litio posiciona al país como actor relevante en la transición energética. El desafío es evitar que el norte minero repita el esquema de enclave exportador, sin articulación con economías regionales ni transferencia tecnológica.
En tiempos de alta inflación y caída del consumo, la energía no debe verse sólo como ingreso fiscal, sino como palanca de desarrollo sostenible. La planificación estratégica, la inversión y la soberanía energética son las claves para que los recursos naturales se conviertan en riqueza productiva y bienestar duradero.
Redacción Diario Inclusión









