La crisis del consumo se profundiza y los supermercadistas ya proyectan un diciembre negro, con niveles de ventas que podrían ubicarse entre los más bajos de los últimos 30 años. La caída sostenida del poder adquisitivo, la pérdida de empleo y el deterioro de la confianza del consumidor configuran un escenario crítico para el comercio minorista.
Según referentes del sector, el consumo masivo se encuentra en una fase de contracción estructural. Las promociones y descuentos ya no logran estimular la demanda, y los productos de primera necesidad muestran una retracción alarmante. “La gente compra menos, y lo hace con angustia”, señaló un empresario del rubro.
La situación se agrava por el aumento de los costos operativos, la presión fiscal y la falta de financiamiento. Muchos supermercados enfrentan dificultades para sostener sus estructuras, mientras que los proveedores ajustan condiciones ante la caída de la rotación. El efecto cascada impacta en toda la cadena comercial.
En este contexto, diciembre —históricamente el mes de mayor actividad por las fiestas— podría convertirse en un símbolo del derrumbe. Las expectativas de ventas para Navidad y Año Nuevo son mínimas, y los productos estacionales muestran una demanda anticipada muy por debajo de lo habitual.
La crisis también modifica los hábitos de consumo: crece la preferencia por marcas propias, se reduce el ticket promedio y se priorizan las compras en comercios de cercanía. La fidelidad al supermercado tradicional se debilita, y el consumidor se vuelve más errático y defensivo.
Los supermercadistas reclaman medidas urgentes para reactivar el consumo y evitar un colapso comercial. Entre las propuestas figuran incentivos fiscales, líneas de crédito para el sector y políticas de ingreso que permitan recomponer la demanda interna. Sin embargo, el panorama económico general no ofrece señales alentadoras.
Redacción Diario Inclusión










