La recesión económica y la pérdida del poder adquisitivo están golpeando con fuerza a las panaderías argentinas. Según datos del Centro de Panaderos de la provincia de Buenos Aires, en los últimos 18 meses cerraron más de 14.000 locales en todo el país, reflejando un colapso productivo que afecta tanto a trabajadores como a consumidores.
Martín Pinto, presidente de la entidad, describió un panorama alarmante: “Solo seis de cada diez máquinas están encendidas. Producimos la mitad de lo que podríamos”. La caída del consumo de pan —alimento básico y termómetro social— alcanza el 50%, mientras que la venta de facturas se desplomó un 85%, incluso con descuentos agresivos.
La crisis se traduce en mostradores vacíos y heladeras apagadas. “Hoy se produce por pedido, con dos o tres productos básicos. Lo que no se vende, se tira”, explicó Pinto, quien acumula más de 30 años en el oficio. La variedad que antes caracterizaba a las panaderías fue reemplazada por una oferta mínima, ajustada a la demanda en retroceso.
El sector también enfrenta costos crecientes y tarifas que obligan a apagar equipos para ahorrar energía. La falta de crédito y la presión fiscal agravan un escenario que pone en riesgo miles de empleos y emprendimientos familiares.
Este derrumbe se enmarca en una economía nacional que en julio sufrió su segunda contracción más fuerte en 16 meses, con una caída del 1% mensual según el Índice General de Actividad. La reactivación sigue sin consolidarse y los sectores más vulnerables pagan el precio.
La comparación interanual aún muestra un leve crecimiento del 3,6%, pero es el más bajo desde noviembre de 2024. La falta de dinamismo y la persistencia de la inflación refuerzan la idea de un freno estructural en la actividad económica.
Las panaderías, históricamente símbolo de trabajo y arraigo barrial, hoy se convierten en termómetro de una crisis que excede lo sectorial. El pan, como indicador de pobreza, vuelve a marcar el pulso de una Argentina en retroceso.
Redacción Diario Inclusión.