Alemania, tradicional bastión de la disciplina fiscal en Europa, ha tomado una decisión sin precedentes: abandonar su histórica política de austeridad y equilibrio presupuestario para autorizar una deuda extraordinaria de 500.000 millones de euros. El cambio marca el fin del llamado “Schwarze Null” —el principio del déficit cero—, que durante décadas fue casi sagrado en la política económica del país.
La medida surge en respuesta a un contexto global radicalmente distinto al del pasado. La guerra en Ucrania, que dejó al descubierto la dependencia alemana del gas ruso, desencadenó una crisis energética sin precedentes. A esto se suma el deterioro visible de la infraestructura nacional —con el 40% de los puentes en mal estado y el 30% de la red ferroviaria obsoleta—, así como una creciente presión por fortalecer la defensa en un escenario geopolítico cada vez más tenso.
De los 500.000 millones de euros aprobados, 300.000 se destinarán a modernizar la infraestructura del país; 100.000 a proyectos de transición energética y protección ambiental; y otros 100.000 millones se invertirán en la modernización de las Fuerzas Armadas.
Este viraje también refleja un cambio generacional. A diferencia de sus predecesores marcados por las crisis de hiperinflación, guerra y depresión, los jóvenes alemanes ven la austeridad como una traba para el desarrollo. Reclaman un Estado más activo y un mayor gasto público que impulse el crecimiento.
Sin embargo, el desafío no será menor. Aunque esta nueva estrategia apunta a recuperar el poderío industrial alemán, expertos advierten que factores como la burocracia, el alto costo energético y la transición hacia energías limpias dificultan un repunte inmediato. La recuperación de la competitividad, señalan, podría demorar años.
Con este giro, Alemania redefine su papel en Europa y en el mundo. Lo que está en juego no es solo su modelo económico, sino su capacidad de adaptación en una era de incertidumbre global.
Redacció: Diario Inclusión.