A pesar de que Donald Trump prometió en su primer mandato “proteger empleos estadounidenses” y reducir la dependencia de China con una agresiva política de aranceles, la efectividad de esa estrategia sigue en entredicho. El déficit comercial de EE.UU. con China bajó, pero el déficit general con el resto del mundo se disparó, pasando de 50.000 millones de dólares mensuales en 2018 a unos 80.000 millones en 2024. Es decir, la balanza comercial sigue desequilibrada y los consumidores estadounidenses no dejaron de comprar productos extranjeros.
Uno de los factores que neutralizó los aranceles fueron las propias maniobras de las empresas chinas. Para mantener el acceso al mercado estadounidense, los gigantes del país asiático recurrieron a estrategias de evasión que incluyeron el reetiquetado de productos en terceros países como Vietnam, Malasia o México, la instalación de fábricas conjuntas en zonas estratégicas como Nuevo León (bajo el paraguas del T-MEC), o la modificación técnica de los productos para reclasificarlos arancelariamente.
Empresas como Jinko Solar y Hisense invirtieron millones en fábricas en países vecinos a EE.UU. y lograron eludir así las tarifas, sin perder competitividad. Un ejemplo de ello fue el fuerte aumento de importaciones electrónicas desde Vietnam en detrimento de las llegadas directas desde China.
Ahora, en su nuevo mandato iniciado en enero de 2025, Trump volvió a insinuar la imposición de aranceles del 10% sobre productos chinos. Aunque no tomó una decisión inmediata, sí firmó órdenes ejecutivas para investigar los déficits comerciales y estudiar posibles “aranceles globales suplementarios”.
Sin embargo, los expertos advierten que el entorno actual es aún más complejo que en 2018. La globalización de las cadenas de suministro hace difícil establecer con claridad el país de origen real de un producto. Por ejemplo, un smartphone puede tener componentes de varios países, ensamblado final en otro, y diseño en un cuarto más.
Según un análisis del Peterson Institute for International Economics (PIIE), las sanciones arancelarias de la era Trump no solo no lograron su objetivo estratégico, sino que aumentaron los costos para los consumidores estadounidenses, sin detener el ascenso económico de China. De hecho, China consolidó aún más sus relaciones comerciales con países del Sudeste Asiático, América Latina y África.
En este contexto, los movimientos de Trump parecen responder más a una estrategia electoral que a una revisión profunda del comercio internacional. Su discurso de “America First” sigue resonando con fuerza entre su base electoral, pero los márgenes para una nueva guerra comercial son más estrechos.
En las próximas semanas, la Casa Blanca deberá definir si efectivamente avanza con una nueva ronda de aranceles o si apuesta por negociar desde una postura más estratégica. Mientras tanto, en Pekín ya están listos para sortear cualquier nuevo obstáculo.
Redacción: Diario Inclusión.










