El presidente Trump no tiene descanso. Fogonea la guerra en el comercio mundial, su principal caballo de batalla, pero otra cruzada lo apremia en casa: las elecciones de mitad de período, siempre singularmente hostiles con el partido en el gobierno.
Mientras Trump es por naturaleza y construcción de imagen un ganador, la realidad que sintonizan los sondeos de opinión vaticina que mañana la Casa Blanca morderá el polvo de la derrota. Los republicanos retendrían el control del Senado, pero perderían la Cámara Baja a manos de los demócratas, con una probabilidad de cinco en seis, según un promedio amplio de encuestas. «Empate», podrá sostener el magnate al entregar las llaves del candado que como le ocurriera al presidente Obama tras «empatar» en 2011 volvería a cerrarse en el Congreso. Un resultado que sería mezquino para con el liderazgo de una economía tan vibrante.
No está muerto quien pelea, y Trump no da su brazo a torcer. Recorre el país en los rallies MAGA (las siglas en inglés de «Haciendo Estados Unidos Grande Otra Vez»). Se lo ve un día en West Virginia y en Indiana, otro en Montana y en Florida. No hay estado que no toque su artillería incansable de tuits en los que todo tiene que ver con todo. Se sabe que hay generales de mil batallas y conste que Trump va con gusto a las guerras que inventa -pero no hay manera de dar las mil riñas en simultáneo, y salir airoso. No es su culpa (sus tuits lo recalcan siempre). Póngase, como ejemplo, la Bolsa. Un mercado bull estupendo, el más largo de la historia, que supo interpretar con provecho la sabiduría de sus políticas (aunque él es, en rigor, un recién llegado a la historia), descarriló en octubre por culpa de la FED de Jerome Powell (a quién él mismo promovió desplazando a Janet Yellen; y quizás, sí, haya sido un error). Wall Street tambalea justo en la antesala de la votación. Y arruinó un emblema de su gobierno. ¿Qué hacer? Llamarle la atención a Powell, ya lo hizo tres veces en público. Darle una pista «Si la FED habla más relajada pienso que iremos al objetivo de 2800/2900 puntos que teníamos para el S&P 500», escribe un analista de Wells Fargo que el presidente retuitea – , se hace, pero Powell es terco como una mula. Queda el expediente sencillo, eureka, de recordarle a todos que si quieren que sus acciones se hundan más, entonces que voten a los demócratas que «a ellos les gusta el modelo financiero venezolano, los impuestos elevados y las fronteras abiertas».
Soldado que huye sirve para otra guerra: Trump no escapa, sólo pide una tregua. Necesita la paz circunstancial del comercio para levantar a la Bolsa (y reflotar la imagen de estadista). Mientras castiga a Irán desde un afiche de Game of Thrones, acaricia a China. No pudo conseguir a tiempo la foto de una «entente» con Xi Jinping a la manera del apretón de manos con Kim Jong Un, el líder norcoreano, en Singapur – pero la promete para fin de mes en Buenos Aires (con cena incluida a instancias suyas). Y esta semana nos contó intimidades: que tuvo una muy buena conversación con su par chino, que habrá un gran acuerdo comercial, y más detalles off the record. Lástima que alguien se olvidó de avisarle a Larry Kudlow, su principal consejero económico, quien relativizó lo dicho, está en la nebulosa sobre algún logro concreto, y obligó a una segunda tanda de mensajes presidenciales. Wall Street (+2,4%) prefiere creer.
La economía le arrimó una mano oportuna. Estados Unidos creó 250 mil nuevos puestos de trabajo en octubre (600 mil, según la encuesta de hogares). La tasa de desocupación se hincó al 3,7% ; el registro más bajo desde 1969. Y los salarios crecieron el 3,1% interanual. ¿Fin de ciclo? «¡EMPLEOS, EMPLEOS, EMPLEOS!#MAGA» celebró el tuiter del presidente. «Demasiados», habrá pensado Powell. Nobleza obliga, el informe laboral le dio la razón al abogado del diablo. Las expectativas de suba de tasas cortas que habían mermado – volvieron a trepar en el acto. Y la tasa larga, una vez más, se encaramó por encima de 3,20%. Trump no puede ganarlas todas. La FED es independiente, y racional. Muchos votantes, también. Los voceros de la Casa Blanca, abriendo el paraguas electoral, ya filtraron una excusa: «es que Trump no puede estar en todas partes».








