En 1963, Lou Ottens creó una cajita de plástico de 10 centímetros por 6 que cambiaría el mundo para siempre, un invento que nació tras un momento de frustración, ya que escuchar música (hasta ese momento) significaba todo un trabajo con la cinta magnética yendo de carretel a carretel.
Siendo jefe de ingenieros de la compañía holandesa Hasselt, propiedad de Philips, no era difícil encarar un proyecto que faciliatara el hecho de escuchar música, por lo que estuvo a cargo del desarrollo de un prototipo para almacenar y reproducir, que diez años más tarde se popularizó en todo el planeta con el nombre de cassette.
Ottens, como el hombre curioso e ingenioso que siempre había demostrado ser, estaba obsesionado con la posibilidad de crear una tecnología compacta para reproducir música. Por esos años, el único artefacto portátil para transportar grabaciones eran los discos de vinilo, que resultaban demasiado grandes y frágiles como para adaptarse al movimiento de la población. Los sonidos eran siempre un placer estático, pero este prototipo prometía dotar a la música de otro movimiento.
Se dice que verdaderamente, el inicio original del proyecto se dió en 1960, cuando el equipo de Philips en vista del éxito de su grabador de carrete portátil «EL 3585», quiso crear un «compañero» que revolucione el mercado.
Cabe destacar que «Cassette» significa cajita en francés. Y refiere al envase que contiene dos pequeñas bobinas con una cinta magnética que las conecta. En esa cinta se graba la música, y se puede reproducir tanto de un lado como de la superficie opuesta, lo que exige que los oyentes saquen el cassette del reproductor para ofrecerles al aparato las ya célebres cara A y cara B.
Este resultado, debía de ser el complemento de una puesta interdisciplinaria, ya que requería evaluar la calidad del sonido, el artefacto, y parte de los componentes de la reproducción que poseían los discos de vinilo, por lo que el enfoque colaborativo pudo enriquecer aún más el producto. Al respecto, también se requirió de empresas internacionales que permitieran la producción de una cinta magnética así como una masificación del cassette.
Si bien el enfoque que Ottens y el equipo de trabajo pretendía era el de grabado de discursos, posteriormente se percataron de que el punto fuerte estaría en la industria de la música y que los consumidores en general esperarían que al menos se pudiera sostener la reproducción de 30 minutos por cada lado, algo que consiguieron recién en 1962.
En 1964, los cassettes ya se comercializaban en Europa y, cuatro años más tarde, desembarcaron en Estados Unidos. Era un objeto nuevo y aún rudimentario, pero con cada vez más entusiastas dispuestos a transformarlo en una aliada indispensable para la música.
Fue así que llegó el 30 de agosto de 1963, día en el que Philips presentó oficialmente el cassette compacto en la Feria de Radio de Berlín, pero sólo recibió indiferencia por parte del mercado. Sin embargo, en una jugada inteligente, Philips decidió «licenciar la tecnología de forma gratuita a otros fabricantes», lo que le dió el éxito global que requería.
En 1971, se logró mejorar la reducción de ruidos a través del uso de una cinta de dióxido de cromo. Los sonidos viajaban cada vez mejor a bordo de esa cajita plástica, pero la verdadera popularidad llegó de la mano de una tecnología japonesa, que convirtió a los oyentes en protagonistas.
Lou Ottens: «sabíamos que podía llegar a ser grandes, pero nunca imaginamos que podía ser una revolución».
La empresa nipona Maxell sacó al mercado las cintas vírgenes, cassettes que daban rienda suelta a la creatividad. Los usuarios ahora podían grabar ellos su propia música: copiar álbumes completos, crear una compilado propio y hasta dejar registro de la voz propia a través de las grabadoras caseras. El cassette era un mundo de posibilidades en donde el oyente decidía.
Entre los 70 y los 80, los cassettes reinaban en el mundo de la música. A diferencia de los discos de vinilo, eran fuertes y compactos. Podían viajar en mochilas y bolsillos para compartirse y resistían todas las vicisitudes de cada viaje. Y podían adaptarse a los gustos del usuario, que creaban, en forma de cassette compilado, las pioneras de las actuales listas de reproducción.
Con su probada popularidad, distintas compañías trabajaban para aportar mejoras al invento de Ottens. La firma norteamericana Dolby trabajó en la reducción de ruidos y, en 1978, se crearon las cintas de partícula metálica pura, un avance que lograba conservar la calidad de sonido sin alteraciones por décadas.
Apenas un año después, otro avance tecnológico vinculado al cassette revolucionó la forma de escuchar música. El 1 de julio de 1979 nació el walkman, un reproductor portátil a pilas que permitía una costumbre que continúa hasta nuestros días: escuchar música en una caminata, en el transporte público o en una sala de espera y de forma individual, gracias al uso de auriculares.
En los años 80, los cassettes se imponían en los estéreos de los autos, en los walkmans y en las grabadoras caseras. En sus versiones vírgenes, pululaban para crear compilados o “mix tapes”, e inundaban las vidrieras de las disquerías con las últimas novedades de los artistas más consagrados.
Pero el fue el mismo Lou Ottens el que participó en la creación del sucesor del cassette: el disco compacto o CD, una nueva tecnología que se insertó de forma paulatina entre los consumidores y terminó por imponerse como el nuevo rey de la reproducción de sonidos.
En 1981, Sony y Phillips lanzaron los CDs al mercado. Discos fabricados en policarbonato y recubiertos de aluminio que hacían parecer enorme a la pequeña cajita de los años 70. Con un peso de apenas 30 gramos, podían almacenar hasta 650 megavatios, por lo que se impusieron primero en el mundo de la música y, más tarde, en el universo de la informática.
Los CDs se impusieron de manera paulatina entre los usuarios. Hasta los años 90, discos compactos y cassettes convivían en las disquerías, y muchos preferían el walkman incluso cuando existían tecnologías más modernas como el discman. Sin embargo, la fidelidad del sonido y la practicidad del CD terminaron por imponerse por completo. En 2007, ya se habían vendido 200 mil millones de discos a nivel mundial.
Incluso después de ser destronados del reino de la reproducción musical, la marca que los cassettes dejaron en el mundo de la música fue tan grande que estas pequeñas cajitas aún son recordadas por los más nostálgicos. Porque fueron quizás las primeras que permitieron que los oyentes se adueñaran de la música y la pusieran en eterno movimiento.