Basta con mirar los gráficos. En 1950, las mujeres tenían 5 hijos en promedio a nivel mundial. Hoy el promedio está apenas por encima de 2 y conforme pasan los años, todas las proyecciones coinciden, seguirá cayendo. Más que un simple dato, la transformación podría ser el cambio demográfico más profundo que se experimente durante el siglo XXI. Las poblaciones envejecerán, los niños serán cada vez menos, y habrá consecuencias inevitables.
Según un estudio reciente del Instituto de Métricas y Evaluaciones de Salud (IHME) de la Universidad de Washington, publicado en The Lancet, casi todos los países del mundo podrían enfrentar una disminución de su población hacia el final del siglo a raíz de la baja en la natalidad. En algunos casos, como en Japón, el desplome sería dramático: podrían ver sus poblaciones reducidas a la mitad para 2100.
La cuenta es clara: mientras la tasa de fertilidad cae, el planeta envejece. Para finales de este siglo, el número de personas mayores de 80 años podría igualar al de nacimientos, lo que plantea preguntas críticas: ¿qué significa vivir en un mundo con menos niños? ¿Estamos preparados para afrontar el cambio?
“Las mujeres postergan la maternidad para poder estudiar, y las familias en las que ambos padres trabajan suelen tener menos hijos. Además, la urbanización está vinculada con tasas de fertilidad más bajas”, explicó Stein Emil Vollset, uno de los autores del estudio.
La tasa de fertilidad, el número promedio de niños que da a luz una mujer, está en declive sostenido. Si el indicador cae por debajo de 2,1, el tamaño de la población comienza a reducirse, asegura el estudio que proyecta para 2100 un ratio de 1,7 niños por cada mujer en edad de gestación.
A medida que las sociedades envejecen, las preguntas se multiplican. ¿Cómo afectará a las economías, los sistemas de salud y las dinámicas intergeneracionales? Para Vollset, la conexión entre economía y fertilidad es evidente. “Las mejores condiciones económicas suelen llevar a que se tengan menos hijos. Esto ocurre porque los países desarrollados ofrecen más oportunidades a las mujeres, y las familias desean garantizar una mejor calidad de vida para sus hijos, reduciendo el tamaño ideal de su familia”, consideró.
Karen Guzzo, directora del Centro de Población de la Universidad de Carolina del Norte, sugiere que no se trata solo de un cambio en las prioridades generacionales, sino de un contexto distinto. “La globalización y los cambios en el mercado laboral alteraron los caminos tradicionales hacia la adultez. La movilidad económica entre generaciones se redujo y cada vez hay menos empleos en ciudades pequeñas que garanticen un salario digno. Esto lleva a los jóvenes a mudarse a las ciudades, donde cursan estudios más largos para aspirar a un estilo de vida de clase media e influye directamente en cómo evalúan si tener hijos, cuándo y cuántos”.
El fenómeno demográfico no solo redefine el futuro de las naciones, sino también el de las personas. Guzzo sostiene que, al mudarse a las ciudades y estar más tiempo en la universidad, los jóvenes se exponen a nuevos pensamientos y posibles caminos de vida. Está convencida en que las variaciones en las preferencias respecto a la maternidad o paternidad están ligadas a esos cambios estructurales.
Para Rafael Rofman, investigador principal de CIPPEC, el envejecimiento inevitable que atraviesa la población implica desafíos, pero también abre buenas oportunidades para países próximos a sortear su oportunidad demográfica, como es el caso de Argentina. “Las tasas seguirán cayendo un tiempo, aunque más lentamente, y tenderán a estabilizarse o rebotar un poco. Esto implica una población que envejece y un bono demográfico importante en las próximas décadas. Si invertimos más en cada niño para mejorar su educación y habilidades, podríamos convertirnos en un país más desarrollado. Si no lo hacemos, las consecuencias serán serias”, advirtió.
Por la caída de la natalidad, la tasa de dependencia en Argentina -la cantidad de niños menores de 15 años y de adultos mayores de 65- se estima atravesará su punto más bajo antes de 2040, en lo que se llama bono demográfico. Desde entonces comenzará a subir sin freno hasta una tasa de dependencia de 80% para 2080.
El mundo, tal como lo conocemos, está cambiando. Para fines de siglo, Naciones Unidas proyecta que morirán más personas de las que nacerán por primera vez en cientos de años. Pero, ¿es posible que se revierta la tendencia? ¿Hay alguna manera de detener el envejecimiento raudo de la población? ¿O es hora de asumir que el mundo lucirá con menos niños y jóvenes?