El Ministerio de Economía anunció con entusiasmo un superávit financiero de $517.672 millones en octubre. Sin embargo, economistas de distintos sectores advierten que el resultado real, si se consideran los intereses capitalizados y la deuda flotante, es un déficit del 2,3% del PBI.
El economista Nicolás Gadano fue uno de los primeros en señalar la maniobra: “Si salimos de la medición caja y sumamos los intereses que se capitalizan, el resultado cambia drásticamente”. La crítica apunta a que el Gobierno solo contabiliza lo efectivamente pagado, dejando fuera compromisos que se acumulan como nueva deuda.
Un exfuncionario del Ministerio de Economía lo resumió con crudeza: “La contabilidad no miente, pero permite ciertos encuadres. El superávit es la joya de la corona del oficialismo; si falla, se cae todo el andamiaje discursivo”. La frase refleja el riesgo político de sostener una narrativa fiscal que no se condice con la realidad económica.
Según el IARAF, el superávit primario cayó 16% interanual en términos reales, mientras que la recaudación de octubre bajó un 2,4% respecto al mismo mes de 2023. El superávit financiero, por su parte, se desplomó un 25%. La caída en Bienes Personales y en retenciones, producto de liquidaciones anticipadas, agravó el panorama.
En paralelo, el gasto en intereses de deuda —sin contar los capitalizados— subió 4,3% en términos reales. Es decir, el Estado paga más por endeudarse, mientras recauda menos. El ajuste fiscal, que hasta ahora sostenía el relato oficial, empieza a mostrar sus límites.
Los analistas coinciden en que el “superávit limpio” enfrenta nubarrones. Con una economía que se enfría, ingresos tributarios en baja y compromisos financieros en alza, la sostenibilidad del equilibrio fiscal se vuelve cada vez más frágil. La transparencia contable, advierten, será clave para evitar una crisis de confianza.
✍️ Redacción Diario Inclusión










