La decisión del Gobierno argentino de eliminar temporalmente las retenciones a la soja y sus derivados tuvo un claro ganador: China. En particular, la multinacional estatal Cofco, brazo comercial del régimen comunista, logró colocar más de 2,5 millones de toneladas de harina de soja a retención cero, por un valor superior a los USD 1.200 millones.
La harina de soja es el producto estrella del complejo agroexportador argentino, representando el 16% de las exportaciones totales y más del 40% del negocio sojero. Argentina lidera el mercado global de “crushing”, con plantas de molienda concentradas en Rosario y el cordón del Paraná, capaces de procesar más de 200 mil toneladas por día.
El beneficio no fue para todos. Solo seis grandes comercializadoras —Cargill, Bunge, ADM, Viterra, Louis Dreyfus y Cofco— accedieron al esquema, declarando operaciones anticipadas sin poseer aún el grano. Luego compraron a los productores descontándoles las retenciones reimpuestas días después. “Vendieron soja que todavía no existe”, denunció un dirigente rural.
En la City porteña, el negocio fue bautizado como “carry sojero”: las cerealeras venden por adelantado, colocan los fondos en instrumentos financieros en pesos, ganan con tasas positivas y se dolarizan justo antes de la devaluación esperada. Un esquema financiero disfrazado de exportación, que dejó afuera a los productores medianos y pequeños.
La maniobra generó tensiones con Estados Unidos, principal competidor de Argentina en el mercado global de soja. El secretario del Tesoro, Scott Bessent, exigió a Milei restituir las retenciones, en defensa de los farmers norteamericanos. La puja revela que las economías de ambos países no son complementarias, sino rivales directas.
Mientras Beijing asegura provisión para sus aceiteras y plantas de crushing, el campo argentino habla de estafa. El Gobierno, por su parte, buscó liquidez inmediata, aunque a costa de credibilidad y equidad. “Fue un acuerdo en una mesa con diez personas”, resumió un referente de la Mesa de Enlace.
La operación dejó al descubierto una tensión estructural: la política fiscal argentina puede alterar el tablero comercial global. Y cuando el beneficio se concentra en pocas manos, el impacto político y social no tarda en llegar.
Redacción Diario Inclusión