Con casi dos décadas como acreditada de Ámbito Financiero en la Casa Rosada, Liliana Franco fue testigo de numerosos hechos de la historia argentina reciente y en su libro «Los secretos de la Casa Rosada» cuenta detalles y anécdotas que solo pueden conocerse transitando en lugar donde se cocinan las decisiones que marcan el ritmo del país.

«Me llevó dos años escribir este libro y surgió porque estas son cosas que contaba en reuniones con mis colegas, son detalles que no constituían notas», explica desde el Sala de Periodistas de Casa de Gobierno donde cumple gran parte de su jornada. «Pensé que era bueno que la gente entre acá, que vean cómo son los presidentes dentro de la Casa, pero además no quería, para no caer en la grieta, hacer en un libro de análisis económico o político de las presidencias, la grieta todavía está muy fresca», reconoce.
En las páginas del libro podrán conocerse historias, anécdotas y episodios de las presidencias de Raúl Alfonsín hasta Mauricio Macri. Franco llegó en 1999 como acreditada permanente a Balcarce 50, sin embargo hacía al menos una década que recorría los pasillos de la Rosada y del Ministerio de Hacienda como periodista de la sección Economía donde cubría la reforma de Estado y la ola de privatizaciones del gobierno de Carlos Menem.
Así como cada mandatario tiene su estilo personal de gobernar, también se refleja con el tratamiento que le da a su lugar de trabajo. «Uno puede observarlo en cómo tratan a la casa, cómo la cuidan, cómo decoran sus despachos y cuánto les importa el tratamiento a la gente», detalla Franco y recuerda que según los exempleados «el que más le importó la casa en su integralidad no solo el edificio, sino también el personal fue Carlos Menem». En el libro puede leerse cómo el caudillo riojano se relacionaba con el personal permanente y sobre todo los mozos y también las internas entre sus funcionarios y las visitas de voluptuosas blondas al despacho presidencial.
En la colección de anécdotas se pueden citar también cuando un militar se creyó presidente y cuando llegó se enteró de que no lo era. Durante el juicio a las Juntas en 1985, hubo un Falcon viejo, con la chapa oxidada, estacionado varios días en la vereda. Antonio Banderas comió su primer choripán en la terraza en un asadito con policías. Sin embargo, según explica la autora lo que más la sorprendió fue cuando hubo un call center del rubro 59 en Casa Rosada. «Funcionó una oficinita en donde se puso el teléfono un directo de la Casa Rosada para atender llamadas del rubro 59, nunca lo hubiera imaginado», explica.
Durante el menemismo la Casa fue fuente de trabajo para empleos «alternativos». Según recuerdan los exempleados, las dependencias comenzaron a llenarse de «secretarias» y «telefonistas» contratadas por algún funcionario. Casi siempre mujeres hermosas y exuberantes que mantenían sus trabajos anteriores. «Se ve que no eran muy aptas para el trabajo de oficina, entonces las chicas en lugar de pintarse las uñas vieron que tenían un teléfono directo y publicaron sus servicios» y como suele ocurrir en estos casos se descubrió de manera casual, «pero los diálogos fueron para alquilar balcones».
• Historia viva
En sus años como acreditada Franco vivió la crisis de 2001, la caída de un gobierno, el caos institucional, la recuperación, el arribo de los patagónicos, la muerte de Néstor Kirchner, los gobiernos de Cristina y la llegada de Mauricio Macri. Cada período tuvo sus peculiaridades y con cada mandatario tuvo alguna anécdota, es que más allá de la relación entre el gobierno de turno y la prensa, los periodistas que cubren la Casa llegan a tener contacto con los jefes de Estado. Así describe el día después de la caída de De la Rúa, el primer Kirchner con el que mantenía diálogo y hasta llegó a ganarle una apuesta; el silencio de Cristina y el pésame por la muerte de su esposo que sólo pudo llegar recién tres semanas después y la relación con la nueva administración de Cambiemos.
Sobre los fatídicos días del 19 y 20 de diciembre de 2001, asegura: «Tuve la sensación física de desgobierno, de ver que todos huían». Como testigo privilegiada recuerda hora a hora la caída de Fernando de la Rúa, su negación de la realidad y sus ganas de quedarse pese a todo. Ese jueves los rumores comenzaron de temprano y en una conferencia de prensa, todos esperaban un gesto del renunciamiento del jefe de Estado que no llegó.
«Efectivamente se quedó, se fue a su despacho y ahí lo convencieron que tenía que renunciar porque a partir de que los medios salimos a informar, recrudecieron las marchas y al final terminó yéndose en el helicóptero. El quería irse en auto, le explicaban que no podían garantizar su seguridad y él no podía entender porque la gente estaba con bronca. No quería irse. Eso fue lo más dramático», relata.
En cuanto a la labor periodística además de cubrir la crisis de esa época y el caos institucional posterior, asegura que la mejor época para cumplir el rol de informar fue durante la presidencia de Eduardo Duhalde en 2002. «Podíamos ir a cualquier lado, estábamos instalados en las explanada, veíamos todos los que venían a ver al Presidente y había cámaras de TV. Jorge Capitanich era el jefe de Gabinete y hablaba mucho con nosotros y años después terminó rompiendo diarios», explica.
«La peor época para trabajar fue la de Cristina y la de Néstor Kirchner después de 2006, donde hubo una intensión de degradar al periodismo, hemos llegado a ver los actos a través de un televisor porque no nos dejaban ni siquiera un espacio físico para poder tomar nota», relata y profundiza: «Ella tenía la convicción, que comparte parte de este Gobierno, de que había que comunicarse directamente a través de las cadenas o vía redes sociales. Este gobierno tiene esa tentación, aunque se trabaja mucho mejor». Sobre la administración Macri sostiene que «usa poco la sala (de periodistas), no tienen una actitud de cerrazón pero tampoco no tiene una actitud proactiva con la sala, la tienen con algunos medios puntuales o las redes sociales».
Y retoma: «Con Cristina fue la peor época, igual resistimos y valoro mucho que el medio donde trabajo haya bancado que esté acá porque de alguna manera pudimos informar a pesar que nos cerraban las puertas, fue un trabajo si se quiere de «espía».
«Estar acá lo importante y eso hace la diferencia», rescata sobre su labor y continúa «por eso pude escribir este libro; no podría hacerlo hecho si no estaba acá, porque no conocería las anécdotas, no conocería a la gente. Hable con jubilados, al personal estable no podes sacarle una coma».
Y reflexiona sobre el final: «¿Sabes porque los acreditados le molestamos a los Gobiernos? Porque somos como la suegra en la casa y nosotros estamos mirando todo lo que está mal. Ese es nuestro rol. El día que estemos mirando todo lo que está bien, dejaremos de ser periodistas».








