Mauricio Macri logró ayer un record insólito en la Argentina. Se consagró como el primer Presidente no peronista en poder acordar un pacto fiscal, cumplible y sin que medie una crisis, con los gobernadores de todos los signos políticos para sanear la tortuosa relación financiera entre la Nación y las provincias y casi al mismo tiempo consagrar un acuerdo con la CGT para llevar adelante una reforma laboral.
Semejante movimiento era impensable solo hace un par de meses: nunca había sucedido que un jefe de Estado de otro color político lograra disciplinar a los caciques locales del PJ. Solo quedó afuera San Luis, pero en un acting que continuará en negociaciones y luego cerrará con una firma de los Rodríguez Saá estampada en un papel similar al que ayer aceptó el resto de los gobernadores.
La rendición tras las elecciones va tomando así cariz de incondicional y en niveles que ni siquiera Carlos Menem consiguió cuando en 1992 Domingo Cavallo le arrancó a las provincias otro pacto fiscal que terminó mal solo porque las crisis sucesivas hicieron que no se cumpliera.
En Cambiemos primaban ayer las ganas de darle un color histórico a la firma del nuevo pacto fiscal. Macri, como lo viene haciendo en los últimos tiempos, prefirió mantenerse exultante pero más modesto. Sabe el Presidente que el futuro del resto de este mandato y las chances de su reelección vendrán con el cumplimiento de este pacto («Es para cumplirlo», dijo él mismo ayer), pero también de la reforma laboral que le dé competitividad al país en la región y habilite así inversiones, de la reforma tributaria que será más gradual que estas medidas anteriores y, especialmente también, de los cambios previsionales que aflojarán la presión sobre la caja del Tesoro. Para terminar de bordar toda esa lista de reformas Macri sabe que lo mejor es mantener la calma, tal como hizo en la campaña.
Los frutos de lo firmado en la Casa Rosada al mediodía ya comenzaron a cosecharse ayer. «Es la primera vez que los gobernadores sentimos que no perdemos en un pacto fiscal», dijo después la fueguina Rosana Bertone. Ni en un gobierno del PJ un jefe provincial había alabado un pacto de este tipo. Más previsible resultó el festejo de María Eugenia Vidal, que recibirá unos $105 mil millones en los próximos dos años para el Fondo del Conurbano, como producto de la nueva repartija. Claro que, como buena parte del paquete que lleva adelante el Gobierno, todo dependerá de que se cumplan las metas de crecimiento. No debe olvidarse que el Fondo del Conurbano está atado al éxito de la recaudación del Impuesto a las Ganancias.
Un poco más lejos de los festejos aparecen detalles que explican la pasión por los pactos fiscales que se vio ayer al final de las arduas negociaciones.
Ese pacto de 1992 viene corriendo aun desde el fondo de la historia reciente como una amenaza concreta para los gobernadores y esa fue una de las fortalezas del Gobierno para presionar. Allí también se había acordado la eliminación gradual de Ingresos Brutos (tributo provincial) y había sanciones para los incumplidores. ¿Por qué no se aplicaron esas sanciones a las provincias? Simplemente porque la Nación tampoco cumplió sus obligaciones. Por eso ayer la frase de Macri recordada más arriba.
«Es un logro, si se llega a cumplir es un logro» confirmaba anoche un radical experto en negociaciones fiscales en los últimos 30 años que también vio cómo la desprolijidad de sucesivas administraciones había estropeado las buenas intenciones de anteriores pactos fiscales.
Hay otro efecto que explica también la buena voluntad de los firmantes ayer. Las eliminacinoes de exenciones o los impuestos nuevos, como el que se aplicará sobre la renta financiera, tendrá efecto casi inmediato, «al contado», como se habla en la jerga fiscal. Las otras medidas, los recortes y ahorros, serán graduales y en cuotas. El impacto sobre la coparticipación, entonces, está garantizado y con la anestesia correspondiente. Más aún cuando la baja que se acordó en Ingresos Brutos viene pendiente de anteriores pactos y se instaló ya como una necesidad urgente para devolverle competitividad a las producciones provinciales y por lo tanto a las exportaciones. El paquete, en síntesis, se basa en eso: bajar costos, elevar competitividad y multiplicar el crecimiento. Toda la apuesta, casi un remedo de la «Clintonomics», fue calculada sobre esa base.