El 10 de octubre de 1986, en el Cabildo Histórico de Salta, con la presencia de otros nueve gobernadores, Roberto Romero encabezó la ceremonia inaugural de la Región del Norte Grande Argentino, un acuerdo que trataba de integrar y unir proyectos y energías desde Misiones y Corrientes hasta la Cordillera.
Los mandatarios provinciales de aquel primer capítulo de la democracia recuperada coincidían en que, más allá de los alineamientos políticos de cada uno de ellos, el objetivo común debía ser el desarrollo del potencial económico y humano de la región que abarca toda la frontera norte del país.
Y, creían, ese desarrollo habría de depender de la iniciativa surgida de las provincias, es decir, del afianzamiento del espíritu del federalismo, frente a uno de los males endémicos de la Argentina, como lo era, y es, el hipercentralismo.
Ninguno de ellos pensaba que el desarrollo surgiría por generación espontánea, pero, mucho menos, con las manos atadas frente a la voluntad del poder central de turno, traducida en ayudas del Tesoro.
En la mirada de Roberto Romero, y de muchos empresarios y algunos políticos de la región, el Norte Grande reunía todas las condiciones para convertirse en un corredor bioceánico, desde el sur de Brasil hasta los puertos de Chile sobre el Océano Pacífico.
Esto suponía, además, la integración comercial y productiva con los países vecinos, ampliando y dotando de una visión política a la experiencia del Grupo de empresarios del Centro Oeste Sudamericano (GEICOS), también con epicentro en Salta.
Ese proyecto, que requiere continuidad institucional y gobiernos con vocación de futuro, todavía está plenamente vigente. Pero, sin embargo, está faltando la vocación por el desarrollo humano que lo inspiró.
Toda la región tiene potencial e intereses confluyentes y complementarios. El desarrollo agroganadero y la actividad forestal no solo son compatibles con la preservación del monte nativo sino que, con un consenso regional para garantizar la inversión, el transporte y la apertura de mercados internacionales, también es posible un compromiso de preservación ambiental, conforme a criterios científicos.
El turismo, el agro, la minería y la generación de recursos energéticos, contemplados desde parámetros del siglo XXI, pueden ser el sustento de un flujo de inversiones que apunten a la educación tecnológica y la industrialización de Salta y de las otras provincias.
Esa visión es la que inspiró la vida empresaria y periodística de Roberto Romero, y a partir de 1983, la plasmó también en la política.
Su gobierno se caracterizó por el compromiso inequívoco con la salud y la educación públicas, con la construcción de viviendas accesibles a todos los sectores y con obras de infraestructura en todo el territorio de la provincia. Simplemente, porque las demandas sociales son la base del desarrollo humano.
La creación de centenares de establecimientos de enseñanza media y terciaria, y de escuelas para adultos en todo el territorio de Salta, así como la legión de agentes sanitarios incorporados a la medicina preventiva, y la adquisición del primer tomógrafo, dejaron una huella que parece haberse desdibujado, pero que la gente valoró y sigue necesitando.
Romero supo capitalizar a su favor una vida sacrificada desde la infancia, que le aportó experiencias que nunca olvidó, para comprender la crudeza de la pobreza y el valor de la voluntad para salir adelante.
A esto le sumó un enorme respeto por la autoridad intelectual de científicos y académicos, porque también adquirió una perspectiva del mundo contemporáneo en la que el conocimiento, la tecnología y el Estado de Derecho aparecen como las bases para que los países puedan desempeñarse con éxito en el mundo global. Y para las provincias, también.
La visión federal de Roberto Romero, uno de sus grandes legados, exigía un compromiso con la provincia, un esfuerzo constante de integración regional y también en la generación de focos de desarrollo compartidos con el Norte Grande con Paraguay, Bolivia y el norte de Chile. Pero jamás hubiera convalidado ninguna pretensión secesionista, porque se sentía plenamente salteño y argentino.
Ese sentimiento, que fue el motor de su vida pública, lo llevó también a cultivar el desapego por la sensualidad del poder. Siempre entendió que gobernar significa construir futuro para una sociedad, la nuestra, donde ninguna persona debería verse privada de derechos ni privada de la posibilidad de soñar con su propia realización y la de sus hijos.
Vivimos nuevos tiempos, con nuevos desafíos, pero los valores no han perdido validez.
Hoy, al conmemorarse los 33 años de su muerte, es justo reivindicar el legado de Roberto Romero, que es el ejemplo de lo que la ciudadanía, la Constitución y los valores de la democracia esperan de sus gobernantes.
Fuente: El Tribuno de Salta.