Las cardiopatías y los accidentes cerebrovasculares encabezan las causas de defunción a nivel global, un desafío que exige estrategias de prevención activa basadas en cambios de conducta y detección temprana de factores de riesgo.
Entre los principales riesgos conductuales que disparan estas enfermedades se cuentan una alimentación poco saludable, la inactividad física, el consumo de tabaco y el uso nocivo de alcohol, a los que se suma la contaminación del aire como factor ambiental relevante.
Estos comportamientos pueden derivar en hipertensión, hiperglucemia, hiperlipidemia, sobrepeso y obesidad, condiciones que elevan significativamente la probabilidad de infarto, accidente cerebrovascular e insuficiencia cardíaca.
La obesidad se perfila como una pandemia moderna que multiplica el riesgo de eventos cardíacos. La doctora Susana Ginestar destaca la urgencia de combatir este factor mediante intervenciones nutricionales y actividad física regular.
Dejar de fumar trae réditos inmediatos para el corazón. A tan solo un día de abstinencia comienza a bajar el riesgo de enfermedad cardíaca, y tras un año sin tabaco ese peligro se reduce al 50% en comparación con los fumadores.
La práctica de al menos 150 minutos semanales de ejercicio aeróbico moderado —como caminar, nadar o andar en bicicleta— ayuda a controlar el peso, regular la presión arterial y mejorar el perfil lipídico.
Un plan de alimentación inspirado en la dieta mediterránea o el modelo DASH, rico en frutas, verduras, legumbres, cereales integrales y pescados, con bajo contenido de sodio y ultraprocesados, resulta clave para proteger el corazón.
El estrés crónico, la ansiedad y la falta de sueño también suman riesgo. Estudios alertan que el insomnio aumenta en un 45% la probabilidad de enfermedad cardiovascular, por lo que gestionar la tensión y garantizar descanso es fundamental.
Los chequeos médicos periódicos permiten medir presión arterial, colesterol y glucosa, fundamentales para detectar a tiempo anomalías y ajustar tratamientos preventivos antes de las complicaciones mayores.
Reducir la exposición a contaminantes tanto en exteriores como en espacios cerrados contribuye a preservar la salud coronaria. Usar filtros de aire y evitar zonas de alta polución son prácticas recomendadas.
Integrar estos hábitos en la rutina diaria requiere compromiso personal y respaldo institucional. Las campañas de salud pública y el apoyo de profesionales son esenciales para impulsar una cultura del cuidado cardíaco sostenible.
Redacción Diario Inclusión 📝