La revolución digital ha borrado las fronteras entre la vida real y la virtual, especialmente para las generaciones más jóvenes, que atribuyen a la IA cualidades casi humanas que pueden resultar útiles para una escucha sin juicios, pero que también corren el riesgo de sustituir y distorsionar las conexiones interpersonales.
A diferencia de un terapeuta formado, la inteligencia artificial carece de la capacidad de interpretar proyecciones psicológicas o de advertir sobre episodios de riesgo extremo, lo que impide identificar patologías graves que solo un profesional puede reconocer y tratar de forma oportuna.
Expertos en el Congreso Argentino de Salud Mental señalaron que el acceso a la tecnología exige formación y alfabetización crítica; sin estos recursos, las plataformas pueden convertirse en espacios de manipulación, exposición y violencia, más allá de su potencial como herramienta de aprendizaje y socialización.
La gamificación de redes y aplicaciones, diseñada para capturar la atención y transformar datos de comportamiento en valor económico, redefine el juego como un mecanismo de productividad encubierta que explota emocional y cognitivamente al usuario bajo la apariencia de entretenimiento.
El reemplazo del juego libre y la conversación familiar por pantallas genera déficits en el desarrollo afectivo de niños y adolescentes. Organismos académicos y clínicos advierten que para preservar la salud mental es urgente recuperar el silencio, la pausa y el encuentro cara a cara antes de que la hiperconexión nos desconecte de nuestra humanidad esencial.
🧠 Redacción Diario Inclusión