Con más de 110 años de historia, Terrabusi es sinónimo de la infancia, los recreos escolares y las meriendas en familia en Argentina. Sin embargo, detrás de sus populares marcas como Tita, Rhodesia, Manón, Lincoln o Duquesa, se esconde una trama de éxitos industriales, poder político, ventas millonarias y escándalos financieros que marcaron un antes y un después en el mercado local.
Fundada en 1911 en Buenos Aires por tres hermanos italianos —Felipe, Ambrosio y Julio Terrabusi— la empresa comenzó como una pequeña fábrica en Almagro que rápidamente creció al ritmo del consumo popular. A tal punto que, para 1919, ya contaban con una planta más grande en Constitución, hoy sede de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA.
A lo largo de las décadas, Terrabusi no solo conquistó el paladar de millones con sus galletitas, sino que se posicionó como la empresa líder del mercado argentino hasta mediados de los años 2000. Su dominio fue tal que, junto a Bagley, llegaron a concentrar más del 60% del mercado de galletitas en el país.
El boom de las galletitas y la popularidad política
En los años 50, Terrabusi marcó un hito en el mundo de las golosinas con la creación de la Tita y la Rhodesia, generando una especie de “rivalidad” cultural entre los consumidores que aún perdura. También en esos años, el famoso eslogan «Dígale sí a Terrabusi» fue tan exitoso que el expresidente Arturo Frondizi lo adaptó para su campaña electoral en 1958.
Pero Terrabusi fue más que una fábrica: bajo la conducción de figuras como Gilberto Montaña —uno de los empresarios más influyentes de la época— la compañía se convirtió en un actor de peso en la economía y la política argentina. Montaña fue presidente de la Unión Industrial Argentina y de la COPAL, y su poder trascendió el mundo empresarial: desde encuentros con Raúl Alfonsín hasta su cercanía con Carlos Menem.
De la venta millonaria al escándalo por información privilegiada
Con la llegada de los años 90 y la apertura económica del menemismo, la familia Terrabusi decidió vender la compañía. En 1994, la multinacional estadounidense Nabisco compró el 70% de las acciones por 360 millones de dólares. Sin embargo, años después, una investigación de la Comisión Nacional de Valores (CNV) descubrió que varios directivos de la empresa, incluidos miembros de la familia, habían operado acciones con información privilegiada sobre la futura venta, en un caso de «insider trading» que sentó jurisprudencia en el país.
La Corte Suprema ratificó en 2007 las multas impuestas a los implicados, en el primer fallo relevante en la Argentina sobre el uso indebido de información confidencial en el mercado de valores.
El legado de Terrabusi hoy
Tras la compra de Nabisco, y luego de múltiples fusiones internacionales, la marca Terrabusi terminó bajo el paraguas de Mondelez International, el gigante alimenticio que también maneja marcas como Oreo, Milka y Cadbury. A nivel local, los fideos Terrabusi —que nada tienen que ver con las galletitas— fueron adquiridos por Molinos Río de la Plata en 2014.
Hoy, aunque la empresa ya no es familiar ni nacional, las marcas creadas hace más de un siglo siguen vigentes en las góndolas y en la memoria afectiva de varias generaciones de argentinos. Desde los alfajores Terrabusi hasta las galletitas Lincoln o las Melba, el sabor —aunque cambiado— aún evoca recuerdos de la infancia, los recreos y las meriendas compartidas.
Un caso emblemático de cómo una empresa familiar puede transformar la cultura popular de un país, dejando una huella imborrable incluso después de ventas, fusiones y escándalos.
Redacción: Diario Inclusión.