La historia de Bunge y Born es inseparable de la historia argentina. Llegada al país en 1884, la compañía pasó de ser una exportadora de granos a un conglomerado industrial que fundó Molinos Río de la Plata, creó marcas como Alba y Grafa y llegó a tener decenas de miles de empleados. Su influencia se extendió a la política: en 1989, dos de sus ejecutivos fueron designados por Carlos Menem para conducir el Ministerio de Economía en plena hiperinflación, en lo que se conoció como el “Plan Bunge y Born”.
Pero la empresa también fue protagonista de hechos oscuros. En 1974, los hermanos Jorge y Juan Born fueron secuestrados por Montoneros, episodio que derivó en el pago de 60 millones de dólares, uno de los rescates más caros de la historia mundial. Aquella crisis aceleró el traslado del centro de operaciones a Brasil y marcó el inicio de un largo proceso de transformaciones internas.
En los años 90, Bunge vendió gran parte de sus activos industriales para concentrarse en el negocio de los granos, los puertos y los fertilizantes. Hoy controla Terminal 6, el 88% de la terminal de Bahía Blanca y participa en plantas de etanol y aceites comestibles, además de abastecer a industrias de alimentos y pinturas.
La reciente fusión con Viterra, avalada por la Unión Europea, Canadá y China, vuelve a poner a la compañía en el centro del escenario. Con esta operación, Bunge alcanza el 25% de las exportaciones agroindustriales argentinas y se convierte en líder indiscutido en soja, con el 28% del mercado, duplicando a Cargill. También lidera en trigo y maíz, lo que genera preocupación por la concentración del comercio agrícola en pocas manos.
Más de 140 años después de su llegada, Bunge demuestra que sigue siendo un actor central en la economía argentina: un gigante que supo reinventarse, sobrevivir a crisis políticas, económicas y familiares, y que ahora regresa con más fuerza que nunca al trono de la agroindustria mundial.
Redacción: Diario Inclusión.