En el corazón del partido bonaerense de Morón, la historia de La Cantábrica es un ejemplo de cómo los sueños imposibles pueden hacerse realidad. Fundada a comienzos del siglo XX y convertida en una de las siderúrgicas más importantes de Sudamérica, la fábrica llegó a emplear a más de 8.000 trabajadores. Sin embargo, la crisis industrial y las políticas de desindustrialización que comenzaron en la década de 1970 precipitaron su cierre definitivo en 1992.
El cierre fue un golpe devastador para la comunidad. Donde antes reinaba la actividad, quedaron galpones vacíos, un barrio apagado y veinte hectáreas convertidas en un cementerio de chatarra. Pero en 1994, tres empresarios locales —Néstor Rondonea, “Mingo” Mancilla y Manny— imaginaron lo impensado: transformar las ruinas de La Cantábrica en un parque industrial pyme.
Sin capital, sin experiencia y enfrentando el escepticismo generalizado, comenzaron una cruzada para rescatar el predio. Golpearon puertas en el municipio, en el Ministerio de Producción y hasta lograron que el entonces gobernador bonaerense Eduardo Duhalde apoyara la iniciativa. Cuando todo parecía perdido, a días del remate judicial del terreno, la intervención del intendente de Morón permitió ganar tiempo hasta que la provincia consiguió los fondos para adquirirlo.
Así nació el Parque Industrial La Cantábrica, que hoy alberga 39 empresas, un colegio técnico con más de 700 alumnos por semestre, y genera 2.500 empleos directos y 7.500 indirectos. En sus galpones restaurados funcionan industrias metalúrgicas, gráficas, madereras, alimenticias y tecnológicas.
Para sus impulsores, el logro fue fruto del trabajo conjunto y la convicción de que “todo se puede hacer si no se afloja”. Actualmente, el parque se encuentra en plena expansión, con proyectos de ampliación sobre tierras ferroviarias y nuevos vínculos con el Gobierno Nacional para fortalecer la logística y la conectividad.
“Venir a La Cantábrica es respirar trabajo”, destacan sus referentes. Lo que alguna vez fue símbolo del ocaso industrial argentino, hoy es emblema de la producción, la educación y la esperanza colectiva de una comunidad que decidió no rendirse.
Redacción: Diario Inclusión.