Historia del visionario norteño que dijo “adiós” el mismo día del cumpleaños de la ciudad que tanto quería.
Se llamaba Frank Mc Namara, era un ejecutivo importante y en plan de hacer negocios invitó a comer a dos colegas a un elegante y lujoso restaurante de Nueva York. La cena fue animada, con una comida exquisita y buenos vinos, pero la complicación vino a la hora de pagar porque se había olvidado la billetera en su casa y por más que buscaba por todos los bolsillos no había forma de darse con el dinero mientras el mesero comenzaba a ponerse cada vez más nervioso.
Sonrojado pidió un teléfono, llamó a su esposa, quien llegó a los minutos casi corriendo con el dinero para abonar la cena pero ese simple episodio -que a Mc Namara lo avergonzó y lo sonrojó- terminó por darle una idea genial.
Se dio cuenta de que podía crear un sistema mediante el cual las personas podían demostrar plena credibilidad en cualquier momento y en cualquier lugar, sin llevar la billetera encima. Así nació Diners Club -el club de los cenadores para ser exactos en la traducción-, la primera tarjeta de crédito.
En aquellos tiempos en que las comunicaciones eran dificultosas, cuando conocer lo que sucedía en otros países del mundo llevaba semanas, tal vez de alguna manera don Jorge Camacho se enteró que el mundo de las finanzas estaba creando algo absolutamente novedoso y que transformaría la forma de comprar de los hombres y mujeres de todo el mundo y se le ocurrió hacer lo mismo que Mc Namara hizo en Nueva York… ¡pero en Tartagal!
O quizás la idea ya la tenía de antes, pero nunca sabremos cómo se le ocurrió crear una tarjeta de crédito para el pueblo en el que trabaja desde muchachito, en el comercio.
Claro que la iniciativa no era nada sencilla y antes que nada necesitaba una financiera, pero básicamente la confianza tanto de los potenciales compradores como de los comerciantes de aquel entonces de Tartagal, un pueblo que crecía a pasos agigantados de la mano de la industria maderera, del petróleo que surgía con todo ímpetu y que atraía a familias de otras provincias y en el que surgían prósperos comercios que necesitaban de nuevas herramientas para vender.
Credit-Tar y otras iniciativas
En el Tartagal de hoy no hay institución social, deportiva o educativa creada en las primeras décadas del siglo anterior en las que Camacho no haya participado. Había nacido en el año 1923 en la ciudad boliviana de Tarija y siendo un niño la vida lo trajo junto a su madre a Orán algunos años y después a San Salvador de Jujuy. Solía recordar que comenzó a trabajar a los 7 años con un tío repartiendo carne a domicilio en Orán y a las 7 y media llegaba a la escuela. No renegaba de aquel tío que lo levantaba a trabajar antes de las 5 de la mañana y, por el contrario, consideraba que había sido una de las personas que desde chiquito le enseñó el valor del esfuerzo.
Cuando tuvo 14 años don Jorge llegó con su familia a Tartagal y comenzó a trabajar en los comercios de la época, a la vez que se propuso terminar la primaria en la escuela Coronel Vicente de Uriburu, el mismo año que esta escuela era inaugurada. A la tarde y hasta bien entrada la noche trabajaba en la tienda “El Coloso”, de propiedad de la firma Kaplan, Kohan y Cía., que funcionaba en una vivienda de adobe. Cuando cumplió 16 años se quedó a cargo de la tienda, algo que lo enorgullecía enormemente porque era la forma en que los patrones reconocían en el chico su habilidad para vender, su buen trato con los clientes y, sobre todo, esa habilidad casi innata para llevar adelante la administración del comercio.
Era sin duda un autodidacta más allá de que solía recordar que estudiaba contabilidad por correspondencia y su buena fama creció en el pequeño pueblo hasta que un inmigrante lituano que junto a un hermano había llegado a la zona, don Yeizel Katz, lo tentó con una buena paga y se lo llevó con él. “Pero más que patrón, Yeizel era mi amigo”, recordaba don Camacho al referirse al inmigrante y cuyos hijos hicieron la denominada Gran Cadena del Norte con sucursales en Salta y Jujuy con la base sólida que había construido Yeizel Katz.
“Yeizel me enseñó sus costumbres, su idioma y no era mi patrón, era mi amigo. Me decía que si hablaba su lengua en cualquier lugar del mundo me iba a encontrar con un paisano judío que iba a estar dispuesto a tenderme una mano”, solía recordar.
De la mano de los Katz se instaló en una sucursal en La Quiaca pero el frío pudo más y les pidió a sus amigos que lo trajeran de regreso a Tartagal. Pasó a ser gerente de otra tienda de los Katz, “Casa Adela” y con el tiempo se asoció con un sobrino de los comerciantes para independizarse. Pero habían pasado solo unos pocos años porque a los 18 le tuvo que pedir autorización a su madre para instalar su comercio.
Sus logros como vecino y el trabajo social
Fue el promotor de la instalación del monumento a San Martín.
En la década del ’40 estuvo al frente de una comisión de vecinos que impulsó la instalación del Regimiento 28. Cuando la unidad militar ya fue una realidad junto a uno de los primeros jefes el mayor Jorge Rosales encararon otro gran proyecto: adquirir un monumento que identificara al pueblo de Tartagal. El monumento al General San Martín fue colocado en el centro de la plaza de Tartagal el 17 de agosto de 1950, justo al celebrarse el centenario de la muerte del Padre de la Patria, el mismo monumento que engalana hoy el principal paseo de la ciudad. Solía recordar que con su amigo Katz recorrían cada comercio pidiendo la colaboración de los vecinos porque para ellos más que colaboración era un deber de los tartagalenses sumar los recursos para contar con el monumento al Padre de la Patria. Por esas ironías del destino don Jorge Camacho falleció un día 13 de junio cuando los tartagalenses estaban abocados a la celebración por un aniversario más de su ciudad que institucionalmente cumplía 91 años, aunque don Jorge Camacho ya tenía 93. Tres años antes, en el 2012 y con un muy buen tino, había sido galardonado como Vecino Ilustre de Tartagal por la comuna.
La esquina luminosa
Don Jorge Camacho se instaló con su comercio en la esquina de las calles Alberdi y 20 de Febrero, la más importante durante muchos años, porque estaba ubicada en la calle comercial por excelencia por su cercanía con la estación del ferrocarril. “Yo le había comprado este terreno a un árabe y aquí instalé la tradicional tienda La Porteña, que funcionó durante 40 años y acompañó el desarrollo comercial de esta ciudad y le puse como slogan “La esquina luminosa”, le dijo a El Tribuno una vez.
A la par, participaba del Club de Leones, en el Centro de Empresarios y en la actividad política. Fue el creador del cuerpo de bomberos voluntarios y distinguido como miembro de la primera camada de soldados que ingresaron en el año 1946 al Regimiento 28 de Infantería de Monte.
Con una visión notable, creó en las décadas del ’60 una tarjeta de crédito a partir de una financiera que denominó “CrediTar”, que tenía tanta solvencia que tiendas y supermercados no demoraron en asociarse. “Tuve que estudiar el sistema financiero internacional para hacer los estatutos, porque no existía el Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos”, recordaba.
FUENTE: EL TRIBUNO