Los dispositivos para vapear contienen metales tóxicos como níquel, estaño y plomo, que al ser inhalados afectan directamente los alveolos y el intersticio pulmonar, zonas clave para el intercambio de oxígeno. Según expertos del Coloquio de Cigarrillos Electrónicos realizado por la Universidad de los Andes y la Fundación Santa Fe de Bogotá, el daño puede ser comparable o incluso superior al del tabaco tradicional.
El informe destaca que el proceso de desarrollo pulmonar continúa hasta los 21 años, por lo que los adolescentes son especialmente vulnerables. Iniciar el vapeo en esta etapa puede desencadenar una pérdida prematura de la función respiratoria en la adultez, además de afectar a fumadores pasivos en entornos escolares y familiares.
En el plano psicológico, el estudio “Vaping and Sleep as Predictors of Adolescent Suicidality” reveló que los jóvenes que vapean y duermen mal tienen tres veces más probabilidades de intentar suicidarse. La combinación de nicotina, falta de descanso y presión social genera un cóctel de vulnerabilidad emocional que preocupa a especialistas en salud mental.
La popularidad del vapeo entre menores se atribuye a factores como la variedad de sabores, la posibilidad de consumirlo en espacios cerrados y la falsa idea de menor toxicidad. Sin embargo, los líquidos utilizados contienen carbonilos, furanos y nicotina, sustancias altamente adictivas y dañinas para el sistema nervioso.
Desde 2020, se han publicado más de 390 estudios sobre los efectos del vapeo en adolescentes, consolidando un consenso médico sobre sus riesgos. Instituciones educativas y sanitarias insisten en la necesidad de reforzar campañas de prevención, regulación del acceso y concientización familiar para frenar esta tendencia.
El mito de que “es solo vapor” queda desmentido por la evidencia científica. El vapeo no solo compromete la salud física y mental de los adolescentes, sino que amenaza con convertirse en una crisis de salud pública si no se toman medidas urgentes y coordinadas.
Redacción Diario Inclusión
