El solsticio de invierno se produce debido a la inclinación del eje terrestre, que en esta época del año aleja al hemisferio sur del Sol. Como resultado, la luz solar llega de forma más oblicua y durante menos tiempo, lo que genera jornadas con menos horas de luz y temperaturas más bajas.
Este fenómeno no solo tiene implicancias astronómicas, sino también culturales. A lo largo de la historia, diversas civilizaciones han celebrado el solsticio como un símbolo de renovación y esperanza. En muchas culturas originarias, representa el renacimiento del Sol y el inicio de un nuevo ciclo natural.
En Argentina, el 20 de junio también coincide con el Día de la Bandera, lo que convierte a esta fecha en una jornada doblemente significativa. Mientras se conmemora la figura de Manuel Belgrano, el cielo nos recuerda el eterno vaivén de las estaciones y nuestra conexión con el cosmos.
A partir del solsticio, los días comenzarán a alargarse lentamente hasta alcanzar su punto máximo de luz en diciembre, durante el solsticio de verano. Este cambio gradual en la duración del día es una consecuencia directa del movimiento orbital de la Tierra y su inclinación axial.
El Servicio de Hidrografía Naval es el organismo encargado de calcular con precisión el momento exacto del solsticio cada año. Según sus datos, este 2025 el evento se producirá casi a la medianoche, lo que lo convierte en una experiencia astronómica ideal para observar desde casa o en espacios abiertos alejados de la contaminación lumínica.
Más allá del frío, el solsticio de invierno nos invita a reflexionar sobre los ciclos naturales y a reconectar con los ritmos del planeta. Es un recordatorio de que, incluso en la noche más larga, el amanecer siempre llega.