En un mundo globalizado, la migración se ha vuelto un fenómeno inevitable. Sin embargo, la manera en que los países la gestionan marca profundas diferencias en sus resultados. Europa y Australia representan dos modelos contrapuestos.
Desde la crisis de refugiados de 2015, el continente europeo adoptó un enfoque humanitario y abierto que derivó en la llegada de millones de personas desde Medio Oriente y África. Alemania, Suecia y Francia impulsaron políticas de integración que, sumadas a sus amplios sistemas de bienestar —que incluyen salud gratuita, subsidios familiares y ayudas a la vivienda—, generaron una fuerte presión fiscal. A ello se suman dificultades para incorporar a muchos inmigrantes en el mercado laboral, lo que ha fomentado tensiones sociales y el ascenso de discursos políticos polarizantes.
Australia, en cambio, se ha convertido en un caso de éxito. Con un 30,7% de su población nacida en el extranjero —una de las tasas más altas del mundo—, ha mantenido estabilidad económica durante casi tres décadas y ciudades que figuran entre las de mayor calidad de vida a nivel global. Su secreto: un sistema migratorio selectivo y planificado.
El país oceánico aplica un modelo basado en puntos que evalúa el nivel educativo, experiencia laboral y dominio del inglés de los solicitantes. Además, exige autosuficiencia desde el primer día: los estudiantes pagan matrículas elevadas, los trabajadores deben contratar seguros privados y la inmigración irregular es fuertemente controlada.
Expertos como el economista Milton Friedman advirtieron que un Estado de bienestar generoso no es compatible con fronteras abiertas. La experiencia australiana parece confirmar esa teoría: los inmigrantes ingresan en condiciones de aportar a la economía y no de depender de subsidios estatales.
En este contraste también pesa la geografía. Como isla-continente, Australia puede controlar con mayor facilidad el ingreso irregular, a diferencia de Europa, que comparte fronteras terrestres y marítimas con regiones en crisis.
De esta manera, mientras Europa se enfrenta al reto de integrar flujos migratorios diversos y no siempre calificados, Australia demuestra que una política estratégica y rigurosa puede convertir la inmigración en un pilar de crecimiento económico y cohesión social.
Redacción: Diario Inclusión.