La presencia del presidente brasileño en Buenos Aires genera grandes expectativas para los países de la región.
La presencia del presidente de Brasil, Lula Da Silva, es el hecho más significativo del encuentro de la Celac que se realizará mañana en Buenos Aires. La trascendencia de su presencia se debe, fundamentalmente, a la importancia de Brasil como socio comercial y vecino de la Argentina, entre quienes las relaciones se han visto muy afectadas por las irresponsabilidades del antecesor, Jair Bolsonaro, y por las limitaciones diplomáticas del gobierno encabezado por Alberto Fernández.
Lula vuelve a la Argentina como presidente de la principal economía de la región, con su carisma y su seriedad de siempre, pero condicionado por la debilidad que supone su ajustada victoria electoral, el intento de golpe de Estado protagonizado por el bolsonarismo y la necesidad de negociar cada decisión con los aliados de la coalición gobernante y con la mayoría opositora en el Congreso.
La fluidez en las relaciones entre ambos países hará posible la celebración de acuerdos bilaterales en un clima de mayor confianza -aunque siempre, «los negocios son negocios», incluso entre países armónicos- pero la agenda que necesitan recuperar se desarrollará en un escenario sombrío para la economía regional. Las sombras se proyectan como secuelas de tres años muy difíciles para el mundo, que parecen sumergir a América Latina en una recesión interminable. La pandemia, la invasión de Rusia a Ucrania y los chisporroteos en la relación entre EEUU y China anticipan la llegada de «otra década perdida», agravada ahora por la degradación de las democracias en muchos países, no solo en América Latina.
Recuperación del Mercosur
El retorno de Lula puede ser vital para cualquier intento de recuperación del Mercosur, que no logró recuperarse nunca de la crisis macroeconómica que en los 90 afectó a los países asiáticos, a México y obligó a la devaluación del Real. Esa crisis golpeó a la Argentina, que agregó de inmediato su aporte endógeno, con el estrangulamiento y salida de la convertibilidad y la reaparición paulatina de nuestra fórmula histórica: déficit, emisión, inflación y empobrecimiento.
Los cuatro socios del Mercosur tendrían varios temas sobre los cuales construir convergencias; entre ellos, la cooperación en el desarrollo tecnológico y científico, estrategias compartidas en salud pública y educación y criterios unificados en materia de medio ambiente y desarrollo sustentable. Por supuesto, el más conflictivo y candente es el del comercio internacional. Lula sostiene la conveniencia de avanzar en el acuerdo con la Unión Europea y ese es un punto que lo enfrentará con el kirchnerismo, que sigue dominando la escena en el oficialismo argentino. El prolongado estancamiento del Mercosur convirtió a Uruguay, presidido ahora por Luis Lacalle Pou, en un socio díscolo, dispuesto a avanzar en acuerdos bilaterales al margen del sistema de precios y tarifas que rige este mercado regional.
Probablemente la crisis actual obligue a repensar si el Mercosur es una solución para la economía regional y si puede llegar a ser atractivo para Chile y Bolivia. Y una incógnita si Alberto Fernández impulsará o no el retorno de Venezuela.
Rechazo de ciertas presencias
Además del presidente brasileño, en la reunión del martes estarán el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, y el de Cuba, Miguel Díaz Canel. No vendrá, en cambio, el nicaragüense Daniel Ortega. La presencia de esas tres figuras genera rechazos entre la ciudadanía que cree en la democracia representativa, la división de poderes y en la libertad de prensa. Maduro es el dictador del único «Estado petrolero fallido». El experimento bolivariano iniciado en 1998 por Hugo Chávez ya lleva un cuarto de siglo sin ningún éxito en cuanto a los intereses manifiestos de América Latina. El único trofeo lo obtuvo en 2005, cuando en Mar del Plata Chávez logró frenar el proyecto ALCA que impulsaba George Bush. Pudo haber sido un acierto, o no. Lo concreto es que América Latina no consiguió nada desde entonces, más que decadencia.
Incluso, uno de los valores considerados fundacionales de la Celac, asociación con la que el bolivarianismo quería (y quiere) reemplazar a la OEA, el de los derechos humanos, es contradictorio con la participación de esos tres países. Ninguno de los regímenes que los gobiernan los respeta y, justamente, esa es la razón por la que Fernández prohibió la presencia del secretario general de la Organización, Luis Almagro, denunciante sistemático de la crisis humanitaria venezolana.
La Celac
La Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) fue constituida en 2010 durante la Cumbre de la Unidad de América Latina y el Caribe en Rivera Maya, México. Un objetivo direccional era «reafirmar la preservación de la democracia y de los valores democráticos, la vigencia de las instituciones y el Estado de Derecho, el compromiso con el respeto y la plena vigencia de todos los derechos humanos para todos».
Frente a la fragilidad de la región en el nuevo orden mundial se proponía «intensificar el diálogo político entre los Estados y traducir, a través de la concertación política, los principios y valores en consensos» y también «la concertación de posiciones regionales» para establecer vínculos con organismos y asambleas de carácter global y «proyectar a la región y aumentar su influencia en el escenario internacional globalizado e interdependiente».
Sin duda, sigue siendo no solo válida, sino cada vez más urgente «la cooperación, el crecimiento económico con equidad, justicia social, y en armonía con la naturaleza para un desarrollo sostenible y la integración de América Latina y el Caribe». Es un poco difícil suponer que el escenario actual favorezca la recuperación de esas metas.
En primer lugar, las crisis de liderazgos que exhiben hoy Perú, Argentina, Chile y Colombia se reflejan en las fracturas políticas. A esto se suman las pretensiones de Evo Morales de expandir la «revolución pluricultural» en los países vecinos, con intromisiones específicas en Perú y Ecuador, pero que piensa instalar también en nuestro país, mientras que en Bolivia mantiene un crudo enfrentamiento con Luis Arce Catácora. Allí también el secesionismo de Santa Cruz vuelve a ser una amenaza.
Mirada atenta de China y EEUU
Además, toda la región se encuentra bajo la mirada atenta de las dos grandes potencias, EEUU y China, que se disputan el poder mundial, la hegemonía tecnológica y el control del Atlántico Sur y el Pacífico. La Rusia de Putin, además, estableció vínculos fuertes con América Latina. En la Argentina su influencia se hizo evidente con la politización de la compra de vacunas contra la COVID y con el sorprendente ofrecimiento de Fernández a Putin, días antes de la guerra, para que nuestro país fuera la puerta de entrada de Rusia en América Latina. Probablemente no estaba informado sobre cuántas puertas ya había abierto el presidente ruso en la región.
Quizá la ausencia de Andrés López Obrador sea elocuente en este punto: a pesar de su narrativa de izquierda populista, el presidente de México tiene una opción de hierro, que es privilegiar los vínculos con EEUU.
Lula, el personaje central de la reunión, reivindica los principios fundacionales de la Celac; su canciller Mauro Vieira lo dijo ayer en una entrevista: «Reconstruir puentes no solo con Latinoamérica y África, sino también con EEUU, China y Europa, con el mismo grado de importancia y de prioridad».