Churrerías El Topo es hoy una marca icónica del verano argentino, un clásico de Villa Gesell que logró expandirse sin perder su identidad familiar. Pero su origen es tan particular como inesperado: nació de dos amigos cadetes de cine que, tras sufrir accidentes en moto, decidieron cambiar de rumbo y terminaron construyendo una tradición de más de 50 años.
De cadetes de cine a pioneros del churro moderno
Hugo Navarro y Juan Carlos Elía trabajaban transportando películas entre salas de cine, hasta que ambos tuvieron accidentes que pusieron fin a esa etapa. Fue entonces cuando Elía comenzó a repartir churros y descubrió el potencial del negocio. Convenció a Navarro —habilidoso con las máquinas— de asociarse y en 1964 abrieron su primer local en Belgrano.
El debut fue bueno, pero los vecinos se quejaron del humo y el olor a fritura. Tras mudarse a La Paternal y no lograr buenos resultados, un amigo les sugirió algo impensado en ese momento: instalarse en Villa Gesell, que por entonces comenzaba a transformarse en un foco turístico cada vez más moderno.
En 1967 inauguraron su histórico local sobre la Av. 3 entre 109 y 110. Allí, un letrista local les propuso bautizar la churrería con un nombre simpático para atraer clientes. Surgió “El Topo”, inspirado en el personaje infantil “el Topo Gigio”, y rematado por una idea genial de los dueños: escribir “churros” al revés para generar intriga. Funcionó a la perfección.
Una empresa familiar que se expandió sin perder su esencia
Mientras el negocio crecía en Gesell y, luego, en Necochea, la familia siguió ampliando su legado. En 2009, Juan, el hijo menor de Hugo, insistió en traer El Topo a Buenos Aires. Su padre dudaba: temía la estacionalidad y los costos de la ciudad. Aun así, lo autorizó, y el local de 33 m² en Palermo se convirtió en un éxito inmediato.
A partir de ese momento, hijos y nietos de ambas familias comenzaron a abrir sus propias sucursales. Hoy suman 11 locales, principalmente en la costa, con nuevas aperturas en Bariloche, Plaza Armenia y próximamente en Mar del Plata.
Un dato clave: no venden franquicias. Lo explican con simpleza: crecer más rápido podría comprometer la calidad. Prefieren un crecimiento genuino y manejado exclusivamente por la familia.
La revolución de los churros salados
Aunque para muchos los churros son sinónimo de dulce de leche, crema pastelera o chocolate, El Topo fue pionero en otra cosa: los churros salados. Desde sus inicios incorporaron rellenos como Roquefort, leber y atún. En los últimos años ampliaron el “laboratorio” con propuestas cada vez más osadas:
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Jamón y queso
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Aceituna
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Hummus
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Viteltoné
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Morcilla (a estrenar)
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Trucha y salmón ahumado (para Bariloche)
El boom estalló con un tuit viral que criticaba el churro de Roquefort. La respuesta irónica y elegante del local encendió la curiosidad de miles de usuarios y disparó su popularidad en redes.
El “churro bar”: una nueva experiencia
En 2023 El Topo dio otro paso inesperado: abrió un churro bar en Villa Pueyrredón. Allí los churros se maridan con cerveza, gin, sidra o incluso fernet. El concepto seguirá expandiéndose, incluyendo un proyecto de churro bar en Belgrano junto con una sucursal exclusiva sin TACC.
La marca también experimenta con ideas extravagantes que circulan en redes: chipá relleno de frambuesa o una hamburguesa con dos bolas de fraile como pan. Un humor gastronómico que refleja la identidad fresca y creativa del negocio.
Un clásico que sigue creciendo
Durante la pandemia, impulsados por la presencia digital, las ventas crecieron cerca de un 200 %. Hoy la marca continúa en expansión sin perder su esencia familiar, su estilo irreverente y su capacidad para reinventar un producto tan simple como un churro.
Más de cinco décadas después, aquella idea nacida del azar se convirtió en una tradición que atraviesa generaciones, estaciones y ciudades.
Redacción: Diario Inclusión.










